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Pepita, que se había levantado para despedir al padre vicario, no bien volvió a cerrar la puerta y quedó sola, de pie, en medio de la estancia, permaneció un rato inmóvil, con la mirada fija, aunque sin fijarla en ningún objeto, y con los ojos sin lágrimas. Hubiera recordado a un poeta o a un artista la figura de Ariadna, como la describe Catulo, cuando Teseo la abandonó en la isla de Naxos.

Catulo, en su tiempo, en la vida real, hallaba á los hombres indignos del milagro; mas no por eso desterraba el milagro de la poesía: toda la narración que termina con los dos versos que cito, es una larga serie de milagros. En Hannele el Sr.

Catulo amaba á Lesbia con el alma, plus quam se atque suos amavit omnes, y lo recuerda y lo confiesa hasta cuando ya Lesbia le es infiel; y lo mismo acontece á Béranger con Liseta, hasta cuando le dice, al verla con tantas galas, que ya no es Liseta y que no debe llevar aquel nombre. Á pesar de la regocijada liviandad de ambos poetas, no es la carne sólo lo que los enamora.

Celebra en este libro y retrata con rasgos, a menudo felices, a varios poetas eminentes de todas las edades y naciones: desde Hornero, Anacreonte, Esquilo y Catulo, hasta Gœthe entre los extraños, y desde Jorge Manrique hasta Espronceda entre los propios.

Compré un palacio en Loreto; las magnificencias de mi vivienda, son bien conocidas por los indiscretos fotograbados que publicó «La Ilustración Francesa». Se hizo famoso en toda Europa mi lecho, de un gusto exhuberante y bárbaro, cubierto de placas de oro labrado, y cortinajes de un raro brocado negro, donde ondean, bordados en perlas, versos eróticos de Cátulo; una lámpara suspendida en el interior derrama su claridad láctea y amorosa de una nube de verano.

Hauptmann, más cruel que Catulo, no se contenta con desterrar el milagro de la vida real, sino que le destierra también de la poesía, ó le trueca en pesadilla de agonizante.

En París conoció á Teodoro de Banville, su maestro predilecto; á Baudelaire, Leconte de Lisle, Cátulo Mendés, Bataille, Monselet y demás contertulios del cafetín de «Los Mártires», y figuró entre los fundadores del grupo El Parnaso Contemporáneo, que tantos nombres había de legar á la posteridad.

que mueve á Catulo, entre los brazos de Lesbia, cubriéndola de besos, en noches consagradas al amor, á pensar en aquella perpetua noche que tenemos que dormir todos, Nox est perpetua una dormienda;

En el centro del salon hay dos inmensos globos; á la izquierda, entrando, hay en un estante de libros varios manuscritos de Petrarca, Catulo y otros escritores ilustres.

Su aspecto, al mismo tiempo, era amable y glacial. Eugenio Rostand, padre del poeta, fué en sus mocedades un versificador estimable que tradujo á Cátulo bastante bien, y que más tarde dedicóse ahincadamente á la fundación de Bancos populares, de habitaciones para obreros y otras obras benéficas.