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El cuchicheo del conde y sus amigos proseguía vivo, lleno de expansión. El del aya y los niños, grave y discreto como antes.

Al decir tales palabras, el conde extendía la mano, sin mirarle, al señorito, que también se había levantado. Después le volvió la espalda y dió unos pasos hacia el gabinete. El señor cura de la Segada desea ver á los señores anunció la voz del criado. Volvióse rápidamente el conde y dió un paso hacia la mesa. El aya llamó apresuradamente á los niños y cuchicheó con ellos un instante.

Si un mes antes le hubieran hablado de tal cosa, se habría echado a reír. La idea continuaba teniendo para ella una extrañeza dolorosa; pero después de lo que oyó al buen amigo no le parecía tan absurda. ¿Llegaría aquello a ser posible y hasta conveniente? Un cuchicheo de su alma le dijo que , aunque las antipatías que los Rubín le inspiraban no se extinguieran.

Orgullosos de tal prerrogativa, manoteaban sin cesar y derrochaban su ingenio para entretener a la magnánima señora y a las tres o cuatro amigas que tomaban parte en la conversación. El torrente de fusas y semifusas que salía del piano colocado en un ángulo del salón llenaba su recinto y apagaba enteramente el cuchicheo de las conversaciones.

Había querido ir al encuentro de Roberto para prepararlo a la espantosa noticia, y veía con terror que llegaba demasiado tarde. El viejo Hellinger se adelantó vivamente a recibirlo y le cuchicheó en el oído: ¡Lléveselo usted, está como un loco! Aquí nada podremos obtener de él.

Irían juntas a la calle de Mira el Río, porque Jacinta tenía un interés particular en socorrer a la familia de aquel pasmarote que hace las suscriciones. «Ya le contaré a usted; tenemos que hablar largo». Ambas estuvieron de cuchicheo un buen cuarto de hora, hasta que vieron aparecer a Barbarita. «Hija, por Dios, ve allá. Hace un rato que te está llamando. No te separes de él.

Patricia se permitió la confianza de poner su mano en el hombro de su ama, diciéndole: «Ahora que nos podemos acostar. ¡Qué susto hemos pasado!». Fortunata le respondió: «¿Susto yo?... ¡quia!». Todo esto se decía con un cuchicheo cauteloso, y lo mismo lo habrían dicho aunque no hubiera allí un enfermo cuyo sueño había que respetar.

En uno de los ratos en que juntos se sentaron sobre el césped a descansar, vieron llegar muy de prisa y demudada a la tabernera, que cuchicheó un instante con Celesto.

El anciano junta su calva, en misterioso cuchicheo, a la cabeza sonriente de la niña. San Francisco el Grande oigo decir al viejo se parece al panteón que vimos en Roma... al panteón de Humberto. , dice la niña ; se parece al panteón de Humberto; pero aquél tiene luz cenital. El viejo calla un momento; está reflexionando... Y luego corrobora gravemente: , ; es verdad: tiene luz cenital.

Siguió la conversación versando sobre fiestas, novenas que se preparaban, la marcha del vicario que iba nombrado canónigo de la catedral, la persona que le sustituiría, etcétera. Insensiblemente todas fueron bajando el tono de la voz hasta convertirse en un cuchicheo monótono y triste. Más que de enhorabuena parecía una visita de pésame.