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No pequeña parte del castillo estaba muy cómoda, elegante y hasta ricamente amueblada aún, gracias al esmero cuidadoso de la Condesa viuda. Tapices flamencos cubrían las paredes de dos amplios salones. Los antiguos muebles se hallaban en perfecto estado de conservación. En las alcobas había camas de roble primorosamente esculpido y con colgaduras de damasco.

Los freos eran hervideros de olas, los peñones se cubrían de espuma, los rudos hombres de mar retrocedían vencidos, los barcos se refugiaban en los puertos, el paso se cerraba para todos, las islas quedaban apartadas del resto del mundo... Pero esto nada significaba para la marinera invencible de cráneo pelado, para la caminante de piernas de hueso, que podía correr con gigantescos saltos por encima de montañas y mares.

Luego, al abrir su ventana, contemplaba un cielo límpido, luminoso, con el esplendor suave del sol invernal, pero el mar estaba agitado, ondeando sin espuma y sin estrépito a impulsos de un viento peligroso. Las lluvias cubrían la isla de un manto gris, en el que apenas se marcaban con indecisos contornos las montañas próximas.

Aunque era invierno, se me figuraba que los árboles todos del jardín se cubrían de follaje, y que el emparrado que daba sombra a la puerta se llenaba inopinadamente de pámpanos para guarecerles cuando salieran de paseo. El sol era muy fuerte y el aire se entibiaba, oreando aquel nido cuyas primeras pajas había ayudado a reunir yo mismo cuando fui mensajero de sus amores.

Al mismo tiempo se dirigía la vista en derredor, y ¡qué espectáculo, Dios mío!, treinta y dos navíos, cinco fragatas y dos bergantines, entre españoles y franceses, colocados delante, detrás y a nuestro costado, se cubrían de velas y marchaban también impelidos por el escaso viento. No he visto mañana más hermosa.

Por el claustro se deslizaban a lo largo de las paredes, con la melancolía del hambre, varios chicuelos de cabeza enorme y delgado cuello, siempre enfermos y sin llegar nunca a morirse, afligidos por extrañas dolencias de la anemia, por bultos que surgían y desaparecían en la cara, y costras asquerosas que cubrían sus manos.

Como estas composiciones no salían del círculo de la vida doméstica, no necesitaban de ordinario de grande aparato escénico, y consistía toda su decoración, siempre que no era indispensable cambiar el lugar de la escena, en tapices que cubrían los muros laterales, sencillos é inmutables, mientras duraba la representación.

Alguna cofia de mañana, colocada sobre un pie de palo torneado, lanzaba un toque de colores vivos, de seda y oro, entre las alburas que cubrían aquel recinto como una capa de nieve.

¡Dios está sordo! dijo el gitano ; invoca a Satanás. Y se echó a reír. ¡Atrás, atrás, blasfemo! respondió el hermano levantándose horrorizado. Pero el mar adelantaba de tal modo, que las olas iban a romperse a sus pies y les cubrían de espuma. Invocad a Satanás, y os salvaré. Detrás de esas rocas hay una salida secreta oculta por una piedra; ella os pondrá al abrigo de los aduaneros.

Y tampoco eran máscaras las mujeres astrosas que veía a lo lejos con faldas multicolores; y los hombres con chaquetillas de soldado o con levitas verdinegras, cuyos faldones cubrían sus perneras remendadas, asomando el pecho velludo entre los forros de seda de las solapas.