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Actualizado: 16 de mayo de 2025
Ojeda, al frente de unos cuantos, salía diariamente a combatir por la comida. Encuentro hubo del que surgió llevando en su rodela, según los cronistas, las señales de más de trescientos flechazos. Otras veces era tanto el peso de los enemigos arremolinados sobre él, que se doblaba y seguía combatiendo de rodillas, cubriéndose con el escudo.
Casi todos los cronistas de Madrid hablan de una tradición, aunque con visos de novelesca, apoyada en noticias dignas de crédito, verosímil, dadas las costumbres de la corte en aquella época, y a la cual va indirectamente unida una de las obras más célebres de Velázquez: el Cristo crucificado. MARTÍNEZ MONTA
En cuanto al fundador y promovedor de aquella empresa, don Rosendo, decían que toda la vida había sido un badulaque, un necio que se creía escritor, sin entender de otra cosa que del alza y baja del bacalao... Sólo el deber imperioso de aparecer como cronistas fieles e imparciales, nos obliga a dar cuenta de tales habladurías. Bien sabe Dios que ha sido con harto trabajo y disgusto.
Llevan con ellos una tropa de mastines, feroces compañeros de su vida infame, y esas bestias, arrojándose sobre los fugitivos y destrozándoles, prueban, según los cronistas de la época, «la bondad de la casta mallorquina». La tropa vencedora vuelve atrás, penetrando en la villa desolada, y los saqueadores huyen como pueden camino del mar, o caen degollados en las calles.
Apenas quedó en la coronada villa hombre ni mujer, iniciados en la historia anecdótica de los salones, en aquella historia que Asmodeo y sus imitadores no pueden ni deben revelar por impreso, si bien tiene mil cronistas orales y clandestinos, que no diese ya por cierto, firme y apretado, el lazo que unía el corazón de Beatriz y el de Ricardo, que así llamaban al Conde de Alhedín sus íntimos o los que por tales querían pasar para darse tono.
El primero, según el testimonio de viejos cronistas, acabó siendo un traidor al Imperio de Liliput que le había dado hospitalidad, pues se fué con los de Blefuscú, que eran entonces enemigos. Además, al regresar á su monstruosa patria, publicó, según vagas noticias traídas por Eulame, un libro en el que ponía en ridículo á todos los liliputienses.
Para vivir tranquilos, se habían convertido todos en masa en el siglo XV. No quedaba un judío en la isla, pero a la Inquisición le era preciso hacer algo para justificar su existencia, y hubo quemas de sospechosos de judaísmo en el Borne, espectáculos organizados, como decían los cronistas de la época, «con arreglo a las funciones más lucidas celebradas para el triunfo de la Fe en Madrid, Palermo y Lima».
En este momento recuerdo que uno de nuestros viejos cronistas relata cómo una fiera de esta clase mató, hace quinientos años, al emperador Deffar Plune, valeroso cazador.
El silencio de los cronistas del reinado de Enrique IV acerca de unos hechos de tanto bulto, no se estrañará si se atiende á que tampoco hacen mencion de otras violencias muy semejantes que por los mismos años exactamente padecia de parte de otro magnate otro prelado mas calificado todavía.
Lo único cierto es que Eulame volvió á Liliput, pero no en una simple barca, como la que le trajo á usted, Gentleman-Montaña. Al otro lado de la gran barrera de rocas y espumas levantada por nuestros dioses quedó, según cuentan los cronistas de aquella época, un buque de proporciones inmensas, un verdadero navío de gigantes.
Palabra del Dia
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