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Actualizado: 27 de mayo de 2025
La espera y la inmovilidad serenaron a Febrer. ¿Qué hacía allí, lejos de su casa, en medio del monte, próximo ya el crepúsculo, esperando a un enemigo de cuya culpabilidad sólo tenía vagos indicios? El herrero tal vez estaba en su casa. Se habría encerrado al verle llegar, y era inútil esperarle.
Todo fué en vano: las tinieblas de la noche vencían ya el crepúsculo de la tarde, y la luna, suspendida en los cielos como lámpara de oro, lanzaba delante de sus rayos las sombras gigantescas de los cubos y lienzos de la muralla.
Lo único que humanamente no se esplica es que el espíritu cristiano, el espíritu de regeneracion y vida, resistiese á tantos embates, y que en el momento de hacer lugar aquel caos al primer crepúsculo de luz, aun hubiese santos en la tierra. Va pues á cerrarse el primer milenario del cristianismo.
Del crepúsculo á la luz En la tumba funeraria, Al pié de cristiana cruz, Levantaré la plegaria Que hizo en el clavo Jesus. Yo quisiera con mi lloro Este sepulcro regar, Poeta que tanto adoro, Sin que de tu sueño de oro Te pudiese despertar. La muerte es sueño profundo Descanso del viajador: Cuando yace moribundo, Durmiéndose en este mundo Despierta en otro mejor.
La tierra es intensamente roja; el cielo aparece diáfano entre el boscaje de las copas. Azorín y el clérigo pasean despacio. Casi no hablan. Todo está en silencio. A ratos llega el traqueteo de un carro, o se perciben los gritos de los muchachos que juegan a lo lejos. Y así en este paseo va llegando el crepúsculo.
Y gustan de esta solitaria plazoleta, que tiene un aroma antiguo de lágrimas enjugadas, de flores secas y de dolores resignados, donde hay un arbolillo triste y torcido y un balcón con flores, y en donde en la hora dulce del crepúsculo suena acaso un piano tocado por una bella y desconocida mujer, de lentas y melancólicas melodías, a las que las almas en ruinas de los fracasados ponen tal vez la letra de su íntimo dolor.
Sabe pulsar la cítara en arpegios bullentes, como del champagne rubios los topacios hirvientes, cuando su pecho embriaga la dicha del vivir. Suspiran sus cantares las campiñas de flores, las brisas de la sierra, los alegres rumores del bosque tropical; la lluvia que desciende en perlas diminutas, los oros del crepúsculo, las sombras de las grutas y el épico tumulto del fiero vendaval.
La infinita tristeza del crepúsculo en aquel sitio tan lleno de soledad, penetraba hasta lo más íntimo en el espíritu del inspector general y una honda amargura le subía a los labios: «¡Demasiado tarde! pensaba. ¡Es demasiado tarde!... ¡No se recomienza la vida cuando se quiere!...»
Pero ahora que todo objeto había desaparecido, aquel hábito de esperar el dinero y de recibirle con el sentimiento del esfuerzo cumplido, formaba un suelo bastante profundo para recibir las semillas del deseo; así fue que Silas, al volver a su casa a través de los campos, durante el crepúsculo, sacó el dinero de su bolsillo y le pareció que brillaba más en la obscuridad creciente.
En Altavilla, a la hora del crepúsculo, los eternos corros de jóvenes alegres, riendo mucho, hablando alto y abriéndose amenudo para dejar paso a alguna costurera espiritual o criada de carnes opulentas a quienes rinden homenaje con los ojos, con la palabra y no pocas veces con las manos.
Palabra del Dia
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