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Actualizado: 26 de mayo de 2025
¿Qué bien respiraba descendiendo por la silenciosa escalera, resonante con el eco de sus pasos! ¡Qué grande y hermoso le parecía el patio con sus cajones pintados de verde, en los que crecían los plátanos de anchas y lustrosas hojas! Allí habían pasado los mejores años de su niñez.
Y el Padre Urtazu se tiraba enérgicamente de los cortos cabellos entrecanos que en sus sienes crecían, fuertes como matas de abrojos. ¿Qué dice a eso la chica? interrogó después de súbito. No hemos hablado aún.... ¡Pues eso es lo primero, desgraciado! ¡Ay, que con los años se nos va reblandeciendo la mollera! ¿A qué aguarda? Vélez de Rada fue todavía más terminante y categórico.
Cuando estuvimos junto al agua, de pie en medio de los altos matorrales que crecían sobre las márgenes, sólo pudimos volver la mirada hacia el puente y calcular que estábamos como a unos cien pasos de él.
A veces un soplo más fuerte de la brisa levantaba sordo rumor entre las ramas medio desnudas de los árboles. El arroyo estaba cubierto de una bruma blanca y espesa, por encima de la cual asomaban sus puntas los juncos y arbustos que crecían en las orillas. A la luz de la luna este manto de bruma resplandecía tan blanco como la nieve.
Como soy ignorante en botánica, no podré decir con exactitud qué plantas eran las que tan profusamente lo adornaban, pero me parece que las que crecían en el viejo bote de petróleo eran azáleas, y estoy seguro que había hortensias en una barrica, geránios en varios cacharros desportillados, y «no-me-olvides» en una lata de sardinas.
12 Pero cuanto más lo molestaban, tanto más se multiplicaban y crecían; tanto que ellos se fastidiaban de los hijos de Israel. 13 Y los egipcios hicieron servir a los hijos de Israel con dureza; 15 Y habló el rey de Egipto a las parteras de las hebreas, una de las cuales se llamaba Sifra, y otra Fúa, y les dijo:
María vacila un instante; su agilidad repara tal peligro, afianzando los ramos de espadaña que al lado crecían, un instante más y era salva; pero un torbellino de aire que subía de aquellos senos obscuros, contrastando con tantos obstáculos, vuelve a inclinar el ligero cuerpo, y por esta vez todo auxilio fué en balde.
En Fuerte Sarmiento los había que databan de poco después de la expulsión de los indios, y con treinta y tantos años de existencia estaban mejor que el día en que los sembraron. Según los cortaban crecían más fuertes y lozanos.
Corriendo los días y rodando los expedicionarios, tan pronto en un puerto de mar como en una estación de secano, arrastrándose más que caminando la marquesa, a quien apenas bastaba una semana de reposo por cada hora de jornada, ninguno de los tres recogía el fruto sazonado de sus ilusiones: el padre, por lo que se ha visto; la madre, por lo que fácilmente se adivina, por enormes que sean las dosis de vanidad y de tonta presunción de que la supongamos henchida, y la hija, porque a medida que el tiempo pasaba sin que se cumpliera la promesa que en Madrid había hecho Pepe Guzmán de encontrarse con ella «donde menos lo pensara», crecían sus impaciencias «por el natural e insignificante deseo de salirse con la suya»; y la suya era que no se encontraría en parte alguna de su expedición veraniega con Pepe Guzmán; y no encontrándose con él, estaba autorizada para decirle, en broma, por supuesto, en cuanto le viera en Madrid: «¡valiente palabra es la palabra de usted!» Y con esta sola preocupación, se pagaba bien poco de todo lo que hallaba al paso; de preparar el éxito de sus exhibiciones en playas, alamedas y espectáculos, y mucho menos del tributo ofrecido a su belleza por la turba de tenorios contrahechos que a eso van a los «centros elegantes», y aun por otros admiradores de más seso y mejor arte.
Constaba solamente de un espacioso salón, un comedor, algunas alcobas y la cocina; pero la tenía bastante bien amueblada y circuída de un jardincito donde crecían de mala gana algunos árboles de adorno.
Palabra del Dia
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