Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 17 de octubre de 2025
Al Sultán sólo se le escuchaba de vez en cuando estas palabras: Falta el collar de perlas. Y los cortesanos en voz baja se hacían el eco diciendo: Entre otras cosas que pueden faltarle a la Princesa, se echa de menos el collar de perlas.
A la aparición del Sultán se desvaneció como si fuesen de fugaces ondas aquel círculo de curiosos y cortesanos. Y el Sultán sin reparar siquiera en ellos se acercó a la desmayada esposa. Los suspiros del coronado amante lograron volver en sí a la Princesa, pero para causar más lástima y desesperación.
Preguntóle la causa de tan extraño fenómeno, y el monje contestó: Señor... He trabajado más con la cabeza que con los dientes. Presentóse algunos meses después al César un embajador polaco que tenía el cabello negro y la barba blanca. Recordó entonces Carlos la respuesta del fraile y dijo a sus cortesanos: He aquí un embajador que ha trabajado más con los dientes que con la cabeza.
El Sultán corrió todos aquellos laberintos de verduras y malezas sin hallar más que algún pájaro que revolaba entre las ramas o alguna tímida liebre que se deslizaba entre la hierba. En tanto volvió en sí y se miró solo, pues sus cortesanos en vano le habían querido seguir en su rápida y pesquisidora excursión.
Vistió luego la mujer del Corregidor a Costanza con unos vestidos de una hija que tenía de la misma edad y cuerpo de Costanza, y si parecía hermosa con los de labradora, con los cortesanos parecía cosa del cielo: tan bien la cuadraban, que daba a entender que desde que nació había sido señora y usado los mejores trajes que el uso trae consigo.
De este látigo se valió, pues, el rey David, incitado por donna Olimpia, para infundir recato y compostura a sus cortesanos y hasta a las princesas de la real familia en una de aquellas orgías endemoniadas.
Pasó como un sueño, costosa manía de grandezas, la gloria militar de Carlos I: tras los males engendrados por la ambición y el despotismo, vinieron la estéril crueldad de Felipe II por conservar lo adquirido, la devoción relativamente mansa con que Felipe III imaginaba merecer del cielo lo que no sabía procurar en la tierra, y subió por fin al trono aquel Felipe IV a quien sus cortesanos llamaban Filipo el Grande, pero de quien nadie se acordaría hoy si no le hubiese retratado Velázquez.
Colocado á la puerta, sin avanzar un paso y sonriendo campechanamente, comenzó á hacer reverencias mundanas, diciendo al mismo tiempo: ¡Conque al fin no se nos han perdido por allá! ¡Conque al fin estos despegados señores se acuerdan de que hay un rincón en el mundo que se llama la Segada! ¡Conque al fin todavía los lugareños valemos algo para los cortesanos!
En el fondo de estas comedias, como en algunas de las precedentes, y de las que siguen, predominan los mismos elementos que en las demás españolas, distinguiéndose sólo por el colorido que le presta el personal de príncipes y cortesanos que en ellas se presenta, así como por el tono, también distinguido, correspondiente á la categoría de sus personajes. El galán fantasma.
Con este motivo determinó abandonar la Córte, y retirarse á la Mota de Medina del Campo, por estar íntimamente persuadida de que en este lugar se veria libre de los observadores cortesanos, y poder desde alli escribir á la reina Isabel, su madre, noticiándola de su última resolucion, que era la de partir á la mayor brevedad á Flandes, para de esta suerte volver á ser dueña del corazon de su esposo, y destruir cuanto antes el amor que hubiera depositado en la rubia española.
Palabra del Dia
Otros Mirando