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Obdulia hablaba con el Magistral y Joaquinito Orgaz; el Marqués discutía con Bermúdez, que inclinaba la cabeza a la derecha, abría la boca hasta las orejas sonriendo, y con la mayor cortesía del mundo ponía en duda las afirmaciones del magnate. , señor, yo derribaba San Pedro sin inconveniente y hacía el mercado....

La serenidad y la cortesía de aquel muchacho, a la vez que lo elevaban a sus ojos, irritaban su amor propio. ¡Qué comentarios no habrían hecho él y su hermana después de aquella ridícula y extemporánea visita! Al pensar en ello se le subían los colores a la cara. Por no ver ni ser vista de Alcázar desde su mirador, dejó de salir a pie.

El duque, en un principio ceremoniosamente obsequioso con la trivial cortesía del caballero que se complace viendo en su casa al personaje del día, pensó luego que bien pudiera serle útil en el porvenir la amistad de aquel hombre nacido apenas a la vida pública, y objeto ya de tantas conversaciones.

La recibió Cirilo con ceremoniosa cortesía hablándole de dinero, presentándole cuentas y libros, anunciándole que al día siguiente le enviaría los intereses vencidos de las acciones del Banco. Visita no se presentó. Se hallaba un poco indispuesta, al decir de su esposo. Salió de aquella casa con el corazón tan apretado que en cuanto montó en el coche estalló en sollozos.

Era ley observada entonces por la sociedad elegante elegir una señora de sus pensamientos, aun sin sentir verdadero amor por ella ó haber pasado de la juventud, y consagrarse á su servicio; y el espíritu romántico de la época revestía estas relaciones con todas las formas de la cortesía caballeresca y de la pasión, ya fuese real ó fingida.

Esto ocurría por el mes de Julio de 1876, y al reunirse la Diputación en Noviembre de dicho año me dedicó en su Memoria semestral el siguiente párrafo: «No cumpliría con un deber que a la vez imponen los fueros de la cortesía y el homenaje que las rectas conciencias rinden a la verdad, si al comenzar este trabajo, la Comisión no hiciese público el sentimiento de consideración que debe al que fue su dignísimo vicepresidente, don Pascual Verdú, el cual renunció su cargo en Julio último, no por disentimiento con sus compañeros, sino por tener que trasladar su residencia a Madrid.

Lo primero, debes tener mucha cachaza y muy mala intención. Esos no son más que síntomas; pero tienes que andarte con cuidado. Tirso me dirige la palabra lo menos que puede: no de qué modo se las compone; pero lo arregla de suerte que, cuando yo entro, él sale, y viceversa; me habla poco, con cortesía, y sin entrar nunca en conversación larga.

Pues a pesar de esta falta de cultura, que a cualquiera parecerá ridícula, era un hombre que se imponía. Nunca entraban deseos de reírse de él. Había cierta energía en su acento y un desdén oculto detrás de su refinada cortesía, que infundían respeto y hasta miedo.

Lo que más llamó su atención fué ver que salieron á recibirles, luciendo sus flamantes vestidos, todas las damas que acompañaban en el escaparate á la gran señora. La cual contestó con una grave y ceremoniosa cortesía á los saludos de todas ellas. Parecía ser de superior condición, algo como princesa, reina ó emperatriz.

-No muchos -respondió don Quijote-; y no porque no lo merezcan, sino que no quieren admitirlos, por no obligarse a la satisfación que parece se debe al trabajo y cortesía de sus autores.