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Actualizado: 22 de junio de 2025


¡Don Quintín de mis entretelas! ¡Tanto bueno por mi casa! ¿Qué le trae a usted por aquí? Lo primero, el gusto de verla, que no es grano de anís; y luego... ¡Me lo he maliciado; preguntarme por la María! No crea usted que sólo por eso. Pues qué, ¿no es nada contemplar ese cuerpo tan hermoso? Déjese usted de requiebros. ¡Bonita me encuentra usted! Ni tiempo he tenido de ponerme el corsé.

Una herida... Oiga usted, mujerzuela, ahora mismo va usted a la cárcel... ¡Eh!, llamar a una pareja. La Fenelón estaba como desmayada, y sus alumnas le desabrocharon el vestido para aflojarle el corsé.

Margarita habla atropelladamente, como si las sensaciones y las «ideas» no dieran lugar, en su afluencia vertiginosa, a la ordenación y concierto de la palabra. Me voy a poner el corsé dice para probarme los trajes: yo me los pruebo y apruebas o desapruebas. ¿Te parece? ¿Conforme? ¡ que ! , mujer, . No me dejas hablar. te lo dices todo. Bueno... voy a ponerme el corsé.

Por mucho que lo disimulase, el conde observaba que la cintura de su querida se ensanchaba. Cuando, lleno de congoja, comunicó con ella esta observación, se echó a reír: Calla, tonto, lo notas porque ya lo sabes. ¿Quién va a sospechar porque esté un poquito más abultada? Muchas veces le gusta a una llevar flojo el corsé.

Como presumía de buen cuerpo y usaba corsé dentro de casa, aquella parte que le faltaba la suplió con una bien construida pelota de algodón en rama. A la vista, después de vestida, ofrecía gallardo conjunto; pero tras de la ropa, sólo la mitad de su seno era de carne; la otra mitad era insensible y bien se le podía clavar un puñal sin que le doliese.

Y le plantó en el descansillo de la escalera, dejándole turulato, ya convencido de que, a pesar de aquellos besos, el amor y sus derivados eran para él cosa perdida como no arbitrase recursos. ¿A quién pediría prestado, qué malbarató o empeñó? No se sabe; pero a la tarde siguiente llevó trece duros, mediante los cuales, Carola tuvo corsé y quedó restaurado el catre.

Sólo vio en él a un cadete que paseaba con la mano en la empuñadura del sable, poniéndolo casi horizontal, como las rabitiesas tizonas de otros tiempos. Luna le reconoció por sus anchos pantalones y su talle de avispa, que hacía afirmar al Tato que el tal cadete usaba corsé. Era Juanito, el sobrino del cardenal.

Bregaba jadeante y frunciendo el ceño con la angostura del corsé, que se resistía a encerrarla en su molde. Siempre ocurría lo mismo: su cuerpo, después de los supremos espasmos, parecía dilatarse en el reposo de la más noble de las fatigas.

Cuando yo monto en mis talleres una máquina nueva, es para hacerla producir y que no descanse. Nosotros poseemos el primer ejército del mundo, y hay que ponerlo en movimiento para que no se oxide. Luego añadió con pesada ironía: Han establecido un círculo de hierro en torno de nosotros para ahogarnos. Pero Alemania tiene los pechos robustos, y le basta hincharlos para romper el corsé.

Adelantó con indecible majestad, como el león hacia su hembra; hubo en su actitud impulso de amante y arrogancia de señorío. Carola, miserablemente asustada con aquello de la traslación de estanco y penuria del nuevo establecimiento, comprendió que el odre estaba seco. Ni corsé, ni cenas, ni recibo de inquilinato... no pudo más.

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