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Actualizado: 2 de octubre de 2025
Era aquello como una herida abierta en el tejido orgánico y vista con microscopio. El arroyo de aguas saturadas de óxido de hierro que corría por el centro, parecía un chorro de sangre. ¿En dónde está nuestro asiento? preguntó el señorito de Penáguilas . Vamos a él. Allí no nos molestará el aire.
El tiempo corría, y en la tienda se cansaban de fiarles; se veían perdidas, ¿cómo salir del apuro? ¡A los angelitos no era cosa de darles a comer las piedras de la calle!
Y luego, con mucho cuidado, hizo un ramo de nomeolvides. «¿Para quién es ese ramo, Piedad?» «No sé, no sé para quién es: ¡quién sabe si es para alguien!» Y lo puso a la orilla de la acequia, donde corría como un cristal el agua.
En Semana Santa, la gente que presenciaba el paso de las procesiones de encapuchados a altas horas de la noche, corría para oírla de más cerca. Es la niña del capataz de Marchamalo que va a echarle una saeta al Cristo.
Cargamentos enteros de negros arrojados al agua para librarse del crucero que le daba caza; los tiburones del Atlántico acudiendo a bandadas, haciendo hervir las olas con su fúnebre coleteo, cubriendo el mar de manchas de sangre, repartiéndose a dentelladas los esclavos, que agitaban con desesperación sus brazos fuera del agua; sublevaciones de tripulación contenidas por él solo a tiros y hachazos; raptos de ciega cólera en los que corría por cubierta como una fiera; hasta se hablaba de cierta mujer que le acompañaba en sus viajes, la cual, desde el puente, fue arrojada al mar por el iracundo capitán después de una disputa por celos.
Al caer Lorenzo, el perro huyó despavorido, con la cola entre las piernas; el tostado se quedó mirando a Lorenzo con profundo asombro, sin comprender, evidentemente, la razón de aquella caída, mientras Baldomero corría hacia el caído, que se levantó diciéndole: ¿Vio qué corcovo, eh?... ¿Se ha hecho daño, don Lorenzo? No; ¡si en cuanto empezó a corcovear me bajé!
¡Cómo! ¿desde tan alto? ¡Pero eso es imposible! Pues creedme, Catalina respondió el aya ; así que me encontré sola en mi cuarto, con la prueba inestimable sobre mi corazón, me fué imposible tener un momento de reposo. Temblaba, el sudor de la angustia corría por mi cuerpo.
A un Tomas Candish, muy orgulloso, Con armada despacha, pretendiendo Que fuese como Drake venturoso: A tiempo fué, que vide estremeciendo De temor al Perú, y receloso. De Chile vá la nueva discurriendo; Pensabamos ser Drake el que venia, Y tal era la fama que corria.
Estaba la capilla casi a tejavana: la lluvia corría por el retablo abajo; las vestiduras de las imágenes parecían harapos; todo respiraba el mayor abandono, el frío y tristeza especial de las iglesias descuidadas.
Ya las tierras a lo largo del Pei-Hó estaban todas blancas de nieve; en las ensenadas bajas el agua empezaba ya a helarse, y envuelto en pieles de carnero, alrededor de las hogueras, en la popa del barco, los buenos padres y yo íbamos conversando de los trabajos de los misioneros, de las cosas de la China, y a veces de las cosas del cielo, mientras corría de mano en mano el frasco de ginebra.
Palabra del Dia
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