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Actualizado: 2 de julio de 2025
El tren corría ya por los campos de la Mancha, que se extendían por entrambos lados como una llanura negra interminable que cortaba la esfera brillante del firmamento poblado de estrellas.
Las lágrimas resbalaban por su rostro como un licor exquisito que bañaba sus labios de dulzura, y desde los labios corría por lo interior de su cuerpo y penetraba en los huesos como unción suavísima, como un gran olor. Este licor la embriagaba y la fortalecía a la vez, y no se cansaba de beberlo.
De día, mientras descansaba el enfermo, preparaba ella el puchero y ayudaba a la sirvienta, con sus manos finas y pálidas de artista, a mondar las legumbres. Luego corría con sus hijos a la abrupta costa de Miramar, cubierta de arboleda, donde Raimundo Lulio estableció su escuela de estudios orientales. Sólo al llegar la noche comenzaba su verdadera existencia.
Mientras tanto, Soledad corría por las calles de Cádiz y llegaba á casa de su amiga Paca. No quiso ir á la de María-Manuela por razones de delicadeza fáciles de apreciar. Además, aunque ruda de inteligencia, ésta no había dejado de advertir que las bromas y chicoleos que su amante usaba ahora con Soledad tenían sabor distinto que antes.
La iglesia, edificada en esa calle algo más alta, parecía por contraste una construcción enorme, una catedral. Y se tenía la impresión de que sobrenadaba, como un milagro. El agua corría ya por el pavimento del atrio, muy mansa, y lamía las paredes laterales. Algunos centímetros más y la creciente invadiría el interior de la iglesia.
Conociola perfectamente cuando entró en terreno claro, donde no oscurecían el suelo árboles ni zarzas. La Nela avanzó después más rápidamente. Al fin corría. Golfín corrió también. Después de un rato de esta desigual marcha, la Nela se sentó en una piedra. A sus pies se abría el cóncavo hueco de la Trascava, sombrío y espantoso en la oscuridad de la noche.
Aquel grito «¡los cosacos!, ¡los cosacos!» corría de un extremo a otro del camino como una ráfaga de viento; las mujeres se volvían estupefactas, y los niños se ponían de pie en los carruajes para ver más lejos.
Hacía brusco recodo el angosto pasadizo, y se hallaron de pronto en otra galería, abierta como una boca, donde se internaban los tubos, comidos de orín, gracias a la perenne humedad. Sudaba el techo pálidas y brillantes gotitas de vapor acuoso; a uno y otro lado corría el agua, sobre un lecho de residuos, de fosfatos alcalinos, blancos y farináceos, como nieve recién llovida.
La repugnante zambra habíase alargado bastante, porque eran ya casi las doce. Yo no corría, volaba, y en poco tiempo llegué a la calle de la Amargura, mortificado por el recelo de acudir tarde.
El automóvil, dejando atrás el villorrio de La Turbie, corría ahora por la antigua vía romana. Veo á las legiones murmuró gravemente don Marcos. Era una manía.
Palabra del Dia
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