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Actualizado: 6 de octubre de 2025
Y procuró aparecer sereno dominando el temblor convulsivo de sus piernas, y trató de distraerse pensando en otras cosas. Alguien se burlaba de él en su interior y le decía: Si tiemblas ahora, antes de los momentos supremos, ¿cómo te portarás cuando veas correr sangre, arder las casas y silbar las balas?
Cesaron las convulsiones, pero vino como compensación fatal, como equivalente psíquico la creación genial. O lo que es igual, Valleumbroso ya no es un convulsivo, pero sigue siendo un epiléptico en el momento que siente el estro creador.
A la herida sigue inmediatamente un temblor convulsivo con precipitación del pulso, y a poco extrema debilidad, ansiedad angustiosa, respiración difícil, espasmos, vómitos, diarrea, convulsiones tetánicas, y, por último, la muerte, que suele ocurrir al cuarto de hora a lo más de recibida la herida.
En lo más intrincado de la muchedumbre, en lo más convulsivo y crespo de la ola en movimiento, sucede que una lady anciana, bajo su capota negra, o una miss rubia, o una nodriza con su bebé, quiere pasar de una acera a otra. Un corpulento policeman alza la mano; detiénese el torrente; pasa la dama; ¡all right!
Si usted me lo permitiese, querido Valleumbroso, yo quisiera una vez estar a su lado en el instante de componer para hacer sobre usted algunas experiencias científicas. Cuando usted guste replicó el mosquito, rojo de placer. Tengo la seguridad de encontrar la insensibilidad dolorífica en mayor o menor grado y la irregularidad del pulso engendrada por el impulso convulsivo de las arterias...
Pero ya en el movimiento de los pies y en la dilatación de las narices de Vezzera, conocí su tensión de nervios. Dile que te diga se dirigió a María por qué realmente no quería venir. Era tan perverso y cobarde el ataque, que lo miré con verdadera rabia. Vezzera afectó no darse cuenta, y sostuvo la tirante expectativa con el convulsivo golpeteo del pie, mientras María tornaba a contraer las cejas.
Pasaban por un domicilio que era taller de zapatería, y los golpazos que los zapateros daban a la suela, unidos a sus cantorrios, hacían una algazara de mil demonios. Más allá sonaba el convulsivo tiquitique de una máquina de coser, y acudían a las ventanas bustos y caras de mujeres curiosas. Por aquí se veía un enfermo tendido en un camastro, más allá un matrimonio que disputaba a gritos.
Pero el Rey está allí, en el castillo. Este caballero... ¡Mírame, Rodolfo! ¡Mírame! gritó, oprimiendo mi rostro entre sus manos. ¿Por qué permites que me atormenten así? ¡Dime, qué significa esto! Entonces hablé, fijos mis ojos en los suyos. ¡Dios me perdone, señora! dije. No soy el Rey. Sentí en mis mejillas el temblor convulsivo de sus manos.
De pronto se levantó con un movimiento convulsivo: sus ojos adquirieron una potente fuerza de irradiación, sus facciones se acentuaron y ¡hay que acabar! murmuró su lengua, al par que como una corza herida desapareció por las graníticas quebradas que conducen á la vecina cascada del Botocan. Aquella noche, Hasay no pareció por su casa.
Desde entonces ya no bramó el tigre; acercábase a saltos, y en un abrir y cerrar de ojos sus poderosas manos estaban apoyándose a dos varas del suelo sobre el delgado tronco, al que comunicaban un temblor convulsivo que iba a obrar sobre los nervios del mal seguro gaucho.
Palabra del Dia
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