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Actualizado: 18 de mayo de 2025


¡Santo Dios! en el año 1.º de la cristiandad. ¿Conque todavía no hemos nacido ninguno de los que aquí estamos? exclamó para el español. ¡Pues vive Dios que esto va largo! Aquí se acabó de convencer, así como el francés, de que se había vuelto loco, y lloraba al hombre y andaba pidiendo su juicio a todos los santos del Paraíso.

Don Germán Botella, joven físico alicantino, asegura que ha encontrado un procedimiento para obtener oro descomponiendo el mercurio, y nos ofrece pruebas. ¿Por qué no nos ofrece algunos billetes de mil pesetas? Repartiendo oro, el Sr. Botella nos podría convencer fácilmente de cualquier cosa; pero, sobre todo, nos podría convencer de que tenía oro.

Enganchó al caballo, puso el yugo al buey, persuadió á la vaca de que debía permanecer quieta en un establo y dejarse ordeñar resignadamente; también logró convencer á la gallina y al cerdo de que les convenía vivir cerca del hombre, para que éste pudiera matarlos cómodamente cada vez que le apeteciese alimentarse con sus despojos.

Y no estuvo muy feliz Juan Pablo, en la elección de aquel día para hacer a doña Lupe la proposición de empréstito, pues encontró a la capitalista dada a todos los demonios. Era el hombre de menos suerte que existía, pues nunca daba en el quid de la buena ocasión; lástima grande, porque el discurso que llevaba preparado para convencer a la señora era admirable, y una roca se ablandaría oyéndolo.

En la escuela no adelantaba mucho con los libros, ni dejaba el lápiz de la mano; y había que ir a sacarlo por fuerza de casa de los pintores. La pintura y la escultura eran entonces, oficios bajos, y el padre, que venía de familia noble, gastó en vano razones y golpes para convencer a su hijo de que no debía ser un miserable cortapiedras. Pero cortapiedras quería ser el hijo, y nada más.

La reputación de doña Beatriz quedó así más lastimada que el cuerpo de Arturo, de resulta del lance que tuvo con él el caballeroso Conde de Alhedín, inhábil, por la persuasión y por la violencia, para convencer a nadie de su platonismo.

Pero como no basta estar convencidos de las cosas para convencer de ellas a los demás, inútilmente hacía yo las anteriores reflexiones a un primo mío que quería entrar en el mundo hace tiempo, joven, vivaracho, inexperto, y por consiguiente, alegre. Criado en el colegio, y versado en los autores clásicos, traía al mundo llena la cabeza de las virtudes que en los poemas y comedias se encuentran.

»Pues bien, si algunas veces he considerado estúpida mi costumbre de escribir estas notas, y, si en cambio, en otras ocasiones las he aprobado, hoy me parece que ha sido en realidad una fortuna haberlas escrito, porque he podido, mediante ellas, convencer a Luis de lo que pensaba de él en ese tiempo. ¡Y ojalá hubiera escrito bien todas mis precisas impresiones de aquella vez que, desafiando a papá en chanza, tomó del trofeo un florete y se puso en guardia!

Gabriel hablaba del pasado, para convencer a la joven de que nada valían sus trabajos en la catedral.

Este miraba fijamente al reloj de estilo Imperio que había sobre la chimenea. No cuándo me he de convencer prosiguió de que tu temperamento se acomoda admirablemente a todas las circunstancias y que tu felicidad no se cifra en vivir en un sitio o en otro, sino en el sosiego y la comodidad de tu casa. Nueva mirada y más recelosa por parte de Elena.

Palabra del Dia

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