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Actualizado: 18 de junio de 2025
En fin, ella está tan elocuente, que el galán, aunque al principio se resiste llamando a la muchacha dama de la media almendra, al cabo se deja convencer, pero no de repente, sino poquito a poco; y según va entrando el convencimiento en su ánimo y ella sigue hablando, él la interrumpe a trechos diciendo al confitero: Quite usted jierro.
Tonterías contestaba severamente Polsikov . No sé lo que puede encontrarse en ella. Del color del betún... No, amigo; careces de gusto. La negra es una cosa... Hasta entonces no había pensado nunca en las negras, y no acertaba a dar con la definición justa. ¡Tienen temperamento! Pero Polsikov no se dejaba convencer y seguía discutiendo.
Le quiero respondió María ; si no fuera por él, no ponía aquí los pies, por no encontrarme con ese demonio de Romo, que tiene un aguijón en la lengua, como las avispas en la parte de atrás. ¿Y Ramón Pérez? preguntó con chuscada la tía María, como para convencer a don Modesto de que su protegido podía archivar sus esperanzas. Marisalada soltó una carcajada.
Para mas convencer de lo urjente de esta necesidad, baste saber que con solo el ser nombrado un sugeto alcalde ó correjidor, ya se cree rico; y que aun en España, principalmente en la Córte, ha cundido la voz que basta ser alcalde de una provincia de Filipinas para enriquecerse: mucho tiene esto de exajeracion, y cabalmente en la práctica hay muchísimos tristes desengaños; pero tambien es cierto que algunos, no muchos, que nada tenian, con haber administrado una provincia tres ó seis años, han levantado gruesas fortunas; de ello podrá deducirse como llenan los deberes de su empleo, y como administran justicia á los pueblos que les están confiados, y como han manejado los fondos públicos.
Don Cayetano, que sabía ponerse serio, llegado el caso, procuró convencer a su amiguita de que su piedad, si era suficiente para una mujer honrada en el mundo, no bastaba para los sacrificios del claustro. «Todo aquello de haber llorado de amor leyendo a San Agustín y a San Juan de la Cruz no valía nada; había sido cosa de la edad crítica que atravesaba entonces.
Lo otro, lo de Sevilla, fue un ensueño, un capricho loco, del que apenas me acuerdo, y que usted debe olvidar. El torero se levantó, aproximándose a la dama con las manos tendidas. En su rudeza no sabía qué decir, adivinando que sus palabras torpes eran ineficaces para convencer a aquella hembra.
Pedro Lobo además no se dejaba convencer, y esto mortificaba a Rafaela, y como él tenía un carácter dominante y ella también le tenía, procurando avasallar y repugnando que la avasallasen, sus relaciones con el gaucho nada tuvieron de apacibles y no pocas veces la enojaban y desesperaban.
La amaba, y ese amor saldría victorioso de todos los obstáculos, cuya importancia, por otra parte, se exageraba Liette. La amaba, y por la sola potencia de ese amor, se comprometía a convencer a la señora de Candore y a obtener su consentimiento. Pruebe usted murmuró ella vencida.
La señora y el caballero, acompañados de un escribano y de numeroso público, acudieron al templo donde había de verificarse el extraño juício, consintiendo en aquella prueba el seductor, pues, como dice Sánchez Gordillo: «Al caballero le pareció que así no le había de convencer, porque la imagen no había de contestar por milagro.»
Yo intenté convencer a mi madre de que Mary no tenía edad para reflexionar; si había ido a pescar calamares con la hija del torrero, probablemente no sería por capricho, sino más bien por necesidad. Mi madre no se convenció, y me dió a entender que, si la chica se quedaba huérfana, no estaba dispuesta a recogerla. ¿Aunque se pruebe que es tu sobrina? Si se prueba eso, la llevaremos a un colegio.
Palabra del Dia
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