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Pero yo pregunto añadió con exaltación, dejando caer la capa y echando atrás el sombrero , yo pregunto: ¿qué gente tiene a su lado el Príncipe? A ver; responderme. Don Basilio, no se atrevía a responder. Contentábase con tomar aires de hombre profundo, que no se resuelve a soltar el enjambre de ideas que le zumban en el cerebro. Responderme. Nadie... cuatro gatos dijo Montes.

Nada de dominaciones, ni de Estados Unidos de Europa y otros líos: contentábase con ser un hombre que tuviese asegurada la satisfacción, sus necesidades, y pasase la vida plácidamente entre la abundancia y el estudio. Y el joven, al escribir sus traducciones, soñaba con tener algún día habitación propia, muchos libros y algunos objetos de arte.

Veía detenerse un soberbio carruaje en la puerta del huerto; una hermosa señora la llamaba. «¡Hija mía... por fin te encuentro!», ni más ni menos que en la leyenda; después los trajes magníficos; un palacio por casa, y al final, como no hay príncipes disponibles a todas horas para casarse, contentábase modestamente con hacer su marido al señorito.

Visitaba a sus amigos de las redacciones, preguntando con avidez cuándo podría meter la cabeza en alguna de ellas; se ofrecía a los administradores para pegar fajas y hacer paquetes. Contentábase con cualquier cosa; lo importante era conseguir, fuese como fuese, un par de pesetas todos los días.

Ciertamente que tenía la satisfacción de su conciencia, el amor de su mujer y su confianza en Dios, pero esto no era suficiente para satisfacer las necesidades materiales de la vida. Educada mi madre entre el fausto de la corte, contentábase con resignación viviendo alegre en aquella casa sin muebles ni adornos de lujo, y con aquel jardincito cercado de pedruscos.

El, que en los comienzos de la enfermedad había pedido a Dios la vida de su hija, que después le había rogado que le concediese algunos años, luego algunos meses y más tarde solamente algunos días, contentábase con pedir para ella unas horas más de vida. Tengo frío dijo Magdalena con voz apagada.

Comenzó a sentir vergüenza de quemar hombres, con todo su aparato de sermones, vestiduras ridículas, abjuraciones, etc. Ya no se atrevió a dar autos de fe. Cuando le era necesario revelar que aún existía, contentábase con unos azotes dados a puerta cerrada.

Además, ella no pedía ninguna catástrofe, ningún duelo a muerte; contentábase con un poco de ruido, un duelo de mojiganga como tantos otros: cruzar un par de tiros e irse después a almorzar en Fornos... Ella se encargaba del almuerzo y haría poner, desde luego, écrevisses