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Actualizado: 12 de octubre de 2025
En medio de mi pena, de mi ternura humillada y del sombrío abatimiento en que me sumían las confesiones de Luciana, brotó de mí un relámpago de alegría. ¡Elena, al menos, es inocente y pura! ¿Hay, pues, mujeres leales, fieles y sin artificios y falsedades?
Pero sus íntimos le habían oído, en el secreto de la confianza, después de comer bien, a la hora de las confesiones, que para él no había afrodisíaco mejor que el frío. «Ni los mariscos producen en mí el efecto del agua y la nieve». Y como sus aventuras eran todas rurales, salía el buen Vegallana a desafiar los elementos, recorriendo las aldeas, entre lodo, hielo y nieve en su coche de camino.
En este sentido bien pudo asegurar y aseguró Goethe que todas sus obras de imaginación eran como fragmentos de sus confesiones.
Un gorrión con un grano de trigo en el pico, se puso enfrente de Ana y se atrevió a mirarla con insolencia. La dama se acordó del Arcipreste, que tenía el don de parecerse a los pájaros. «Era un buen señor Ripamilán; pero ¡qué manera de confesar! Una rutina que nunca le había enseñado nada. A no ser su matrimonio, nada había sacado de aquellas confesiones.
De fuentes eclesiásticas he de tomar los datos que aquí consigno, porque aunque contienen alguna exageración al tratar de su propia obra que, como es natural, defienden, magnifican y alaban, son, al fin, las más útiles para conocer sus propios defectos que entonces resultan verdaderas confesiones.
Anita, a quien las confesiones emborrachaban, cuando sabía que entendía su confidente todo, o casi todo lo que ella quería dar a entender, se decidió a decir al Magistral lo demás, lo que había venido detrás del hastío de aquella tarde.... No ocultó sino lo que ella tenía por causa puramente ocasional; no habló de don Álvaro ni del caballo blanco.
Entonces se consagró por entero a las necesidades de su estado: las misas, bautizos, bodas, confesiones y entierros; la predicación, y el tomar parte a veces en los juegos de sus feligreses, fueron sus principales ocupaciones. Los pocos libros que llevó a su retiro acabaron por servir de peana a una imagen encerrada en una urna: el estudio se le hizo enojoso.
Pero la fuerza del escrúpulo era en ella mucho mayor de lo que sin duda usted creía. Si no, oiga usted... Y Ferpierre leyó en voz alta las páginas de la memoria más significativas. El sentido de las confesiones le parecía esa segunda vez más claro, la lucha de aquella conciencia más grave.
Pronto se convenció de que era más difícil cambiar la vida de aquellas beatas que la de un pecador empedernido. Le causó gran desaliento: comenzó a fastidiarse de aquellas nonadas, de aquellas confidencias domésticas insulsas y necias con que las devotas sazonan sus confesiones.
Lloraba por toda respuesta cuando le hacían preguntas sobre los hechos de su vida anterior, ó permanecía silenciosa, inmóvil, con la mirada perdida, lo mismo que si se tratase de la suerte de otra mujer. No necesitaban los jueces militares de sus confesiones: sabían detalle por detalle toda su existencia durante la guerra y en los últimos años de la paz.
Palabra del Dia
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