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Actualizado: 3 de junio de 2025
Todo se le tornaba contrario; y él mismo se comparaba al infelice Laoconte sofocado por la serpiente. ¿Por qué, por qué? ¡oh cielos! exclamaba a veces, dirigiendo la mirada hacia lo alto, como si protestara contra el ensañamiento de la divinidad.
Don Ramón, el jefe del escritorio, recordando sus antiguas aficiones, comparaba la bodega de embarque con la paleta de un pintor. Los vinos eran colores sueltos: pero llegaba el técnico, el encargado de las combinaciones, y cogiendo un poco de aquí y otro de allá, creaba el Madera, el Oporto, el Marsala, todos los vinos del mundo, imitados con arreglo a la petición del comprador.
Una mujer... no podía continuarle a él; él no se concebía femenino en el ser que heredara su sangre, su espíritu. Tenía que ser hombre. Y uno solo; porque aquel amor que había de consagrar al hijo tenía que ser absoluto, sin rival. Amar a varios hijos le parecía a Bonis una infidelidad respecto del primero. Sin saber lo que hacía, comparaba el cariño a mucha prole con el politeísmo.
Todo lo que pudiesen hacer Serafina y otras del lugar era una chapucería cursi si se comparaba con las confecciones de nuestra heroína, que estaba al corriente de las últimas modas de París, que recibía los figurines y que, ajustándose a ellos, sin encadenar servilmente su fantasía a una imitación minuciosa, ideaba, trazaba, cortaba y hacía trajes para las mujeres, dignos de figurar en los salones de la corte y de ser descritos por Montecristo o por Asmodeo, y para los niños y niñas no inferiores por su gracia y por su chic a aquellos con que la prole de un milord opulento o de un banquero inglés se engalana.
A Tristán no le parecía, sin embargo, bastante todo aquello: recordaba las revistas dedicadas a los estrenos de Estévanez, las comparaba con las de su obra y éstas se le antojaban bien frías. Pero al tomar en manos El Universal y leer la revista del famoso crítico Leporello la ira le hizo empalidecer. Era un artículo desdeñoso, irónico, todo él traspirando amargura y malevolencia.
Ojeda se comparaba a ciertas vasijas en cuyo interior los líquidos más dulces se agrían, perdiendo su perfume. ¡Ay, el doloroso recuerdo de lo que dejaba atrás!... Un sentimiento confuso de despecho y envidia uníase a su tristeza. Así como el buque iba entrando en los mares tranquilos de inmóvil esmeralda, en las noches cálidas pobladas de titilaciones de espuma y de luz, parecía transformarse.
Comparaba aquel inocente dolor con el mío, le envidiaba amargamente el derecho que tenía de manifestarlo y no hallaba ni una palabra para consolarla.
Lucía, a su vez, comparaba su casa de León, antigua, maciza, y lóbrega, con aquella vivienda, donde todo era flamante y gentil, desde los encerados relucientes pisos hasta las cortinas de cretona azul rameadas de campanillas rosa.
Palabra del Dia
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