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Entráronse todos por ella, subieron la estrecha y antigua escalera, y en una sala no muy espaciosa hallaron la mesa puesta. Sentáronse presto y dio comienzo el festín. Estaban bien apretados, porque eran más de veinte los comensales, casi todos clérigos, y la mesa no daba comodidad para más de doce o catorce. Se comió y bebió gallardamente.

¡Un vagabundo, un ladrón, se la había jugado a él, a un hidalgo rico heredero de una casa solariega! Y lo que era peor, ¡esto no sería más que el principio, el comienzo de su carrera espléndida! Carlos, mortificado por sus pensamientos, no prestó atención a lo que hablaban; luego oyó un beso, y poco después las ramas de un árbol que se movían.

Antes de marchar le pronunció un sentido discurso acerca de la necesidad de ser formal y estudioso, «siquiera porque aquella no me saque loco echándome todo el día a la cara tus travesurasCon esta etapa dio comienzo para nuestro mancebo un modo de vida totalmente distinto del que hasta entonces había tenido.

Al siguiente año se alumbró la huerta con gas; y como á sus fulgores se veía muy claro, presentáronse las damas, muy compuestas, á las nueve; no empezaron á bailar hasta las diez; las más rendidas lo dejaron á las doce..., y subió la cuota á treinta reales. Estos despilfarros puede decirse que señalan el comienzo de la era moderna de los bailes campestres de Santander.

ASTOLFO. Comienzo a tener dudas. Vos veis mejor que yo, conde. EL CONDE. Además, la noche es obscura, ¿verdad? ASTOLFO. , muy obscura. EL CONDE. ¿Ves? Y cuando está obscuro, es muy fácil equivocarse. ASTOLFO. , es muy fácil. ¡Decididamente, no es el duque! EL CONDE. ¡Pobre duque! ¡Ser engañado tan cruelmente en su misma noche de bodas!

El mar, que dió comienzo á la vida sobre nuestro globo, sería todavía su benéfica nodriza si el hombre supiese respetar siquiera el orden que allí reina y se abstuviese de perturbarle.

Sentéme al cabo del poyo y, porque no me tuviese por glotón, callé la merienda; y comienzo a cenar y morder en mis tripas y pan, y disimuladamente miraba al desventurado señor mío, que no partía sus ojos de mis faldas, que aquella sazón servían de plato. Tanta lástima haya Dios de como yo había dél, porque sentí lo que sentía, y muchas veces había por ello pasado y pasaba cada día.

Su ambición, segada por el sufrimiento, rebrotaba ahora con savia más fuerte. Consideró que Dios no le había llamado porque le reservaba para algún servicio insigne en la tierra. Acababa de pasar por la primera prueba de las vidas predestinadas. Recordó la biografía de los héroes. El comienzo de la fortuna orilló casi siempre los despeñaderos.

Al llegar aquí la risa que retozaba en los labios de los próceres de la Pola desde el comienzo de la oración estalló en francas, sonoras carcajadas. Quien primero la dejó escapar fué el troglodita D. Casiano.

Y tengo para que el no haberme portado cual entonces lo hice hubiera sido una vergüenza, para un novicio como para cualquier otro hombre que se respete y que respete á la mujer.... Aquellas palabras colmaron la exasperación del abad, sobre todo pronunciadas como fueron con la sonrisa burlona que apenas había desaparecido un momento de los labios de Tristán desde el comienzo de su perorata.