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Estos caballeros pensaron establecer un bridge diario. ¡Les hacía falta un cuarto compañero...! Entonces el señor Leplu se mostró muy amable y me dirigió la palabra; al cabo de cinco minutos ya éramos amigos; me preguntó: «¿Sabe usted jugar al bridgeContesté afirmativamente. Nos sentamos a la mesa. Cometí falta tras falta y perdí cinco luises. ¡Espérese...! Al día siguiente jugué también.

Mira dijo con desabrimiento lo mejor es que te vayas. Antes has de oír lo que voy a decirte. Pues di. , sostengo que fuiste quien primero entabló nuestra rivalidad, no por eso desconozco que cometí después faltas graves, que te ofendí... ¡Lo confiesa el menguado!...

Cometí algunos errores, pasé mis malos ratos, necesité de todo el tacto y toda la afabilidad que me fue posible desplegar para desvanecer los malos efectos de ciertos olvidos y descuidos inexplicables, que a veces me llevaban hasta no recordar ni reconocer a personas que de antiguo me eran, o debían de serme, perfectamente conocidas.

Puedo entregarme a la justicia de este país para pagar mi crimen aquí donde lo cometí, o la justicia de mi patria, ante la cual soy responsable de otras culpas. ¿Quiere usted decirme cuál le parece el mejor partido? Roberto Vérod no contestó. ¿Qué podía aconsejarle? ¿Y con qué derecho?... El dolor lo embargaba hasta tal punto, que su criterio estaba completamente obscurecido.

Faltas cometí, ¿quién lo duda?, pero imagínate que hubiera seguido entre aquella gente, que hubiera cumplido mis compromisos con la Pitusa... No te quiero decir más. Veo que te ríes. Eso me prueba que hubiera sido un absurdo, una locura recorrer lo que, visto de allá, parecía el camino derecho. Visto de acá, ya es otro distinto. En cosas de moral, lo recto y lo torcido son según de donde se mire.

Escribo esta tradición para purgar un pecado gordo que contra la historia y la literatura cometí cuando muchacho. Contaba dieciocho años y hacía pinicos de escritor y de poeta. Mi sueño dorado era oír, entre los aplausos de un público bonachón, los destemplados gritos: ¡el autor! ¡el autor!

Lord Gray ha tiempo que quería sacarme de la casa; yo me resistía; mas al fin tanto pensé en ello, tanto discurrí sobre aquel gran pecado a que él me quería inducir, que se me clavó dentro de la cabeza la idea de cometerle, y sin saber cómo lo cometí. ¿Por qué no te echaste en mis brazos para impedirme salir? Ahora vengo a que me fortalezcas.

Creo que no hubiera encontrado inmensas dificultades. Pues bien, un día cometí la imprudencia de decir a Zuzie que el príncipe Romanelli, en último caso, me parecía aceptable. ¿No os imagináis lo que hizo? Los Turner estaban en Trouville; y con ayuda de ellos tramó el complot. Me hicieron almorzar con el Príncipe... mas el resultado fue desastroso. ¡Aceptable!

Cometí la torpeza de manifestarme tentado por estas palabras, y respondí al instante: En lo que á concierne, señorita, se engaña, porque mi familia ha tenido el honor de haberse aliado con la suya, y recíprocamente.

Castigo es este del gran pecado que cometí ocultando a mi señora las travesuras de estas niñas, y las mil picardías que han aprendido sin que nadie se las enseñase; pero por la lanzada que te dieron, Señor, juro que seré leal y fiel con mi querida ama, y que no he de ocultarle ni tanto así de lo que pasa.