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Actualizado: 29 de junio de 2025
Sin estorbo alguno, con igual seguridad y placidez que antes, proseguimos nuestros coloquios nocturnos a la reja. Yo estaba algunas veces inquieto, sin embargo, imaginando que la hora menos pensada una delación del malagueño podría concluir con ellos. Su mismo silencio me daba miedo, haciéndome pensar en terribles asechanzas. Pero Gloria no sentía preocupación alguna.
Si Romeo y Julieta, en medio de sus coloquios y deliquios, «bajo la pálida gracia elísea de las noches de luna» hubieran tenido una palabra hiriente o un concepto depresivo, aquel su estado de gloria se habría interrumpido al instante, y el vivo rescoldo de su amor se tornaría en llamarada de odio, o en triste y helada melancolía, o en torvo rencor, aunque luego desapareciese tal estado de ánimo para retornar al amor.
Compendio llamado El Deleitoso, en el cual se contienen muchos pasos graciosos del excelente poeta y gracioso representante Lope de Rueda, para poner en principios y entre-medios de coloquios y comedias, recopilados por Juan de Timoneda. Logroño, 1588.
Viendo, pues, al Conde silencioso, empezó a estimularle para que hablara, lanzando algunas mal encubiertas pullas sobre las pasiones meramente espirituales; sobre lo felices y tranquilos que deben de vivir los maridos cuyas mujeres tales pasiones inspiran, y sobre los coloquios semi-divinos que deben de tener los que así aman.
-Sí tengo -respondió Sancho-; mas, ¿en qué lo echa de ver vuestra merced ahora más que nunca? -Apostaré -replicó Sancho- que piensa vuestra merced que yo he hecho de mi persona alguna cosa que no deba. -Peor es meneallo, amigo Sancho -respondió don Quijote. En estos coloquios y otros semejantes pasaron la noche amo y mozo.
Fingíase, por último, a doña Beatriz casada con un hombre joven, hermoso y brillante, con un hombre a quien ella pudiese amar y amase con toda la energía del alma juvenil; y entonces imaginaba don Braulio coloquios, éxtasis, arrobos, ternuras inefables, deleites infinitos, glorias divinas de amor, ocultas aún en el fondo del alma de doña Beatriz; todo un cielo de bienaventuranza allí sumido, y que él no había jamás hecho surgir y aparecer con sus débiles conjuros.
Mientras más se acercaba el suspirado día, más tiernos estaban los novios; sus coloquios íntimos eran interminables: juntos salían a caballo, doña Luz en el suyo, y D. Jaime en otro bastante bueno y bonito, de la propiedad de D. Acisclo; y también iban de paseo a pie, en compañía de doña Manolita, muy ufana de haber sido la mediadora en aquella feliz alianza.
En el tiempo de este célebre español, todos los aparatos de un autor de comedias se encerraban en un costal, y se cifraban en cuatro pellicos blancos, guarnecidos de guadamecí dorado, y en cuatro barbas y cabelleras, y cuatro cayados, poco más ó menos. Las comedias eran unos coloquios, como églogas, entre dos ó tres pastores y alguna pastora.
Todo se aunaba para infundir en sus almas la esperanza de ver unidos sus destinos, y éste era siempre el tema de sus coloquios desde que uno y otro habían leído claro en el fondo de su pecho.
En sus coloquios con Obdulia, Frasquito no cesaba de referirle su vida social y elegante de otros tiempos, con interesantes pormenores: cómo fue presentado en las tertulias de los señores de Tal, o de la Marquesa de Cuál; qué personas distinguidas allí conoció, y cuáles eran sus caracteres, costumbres y modos de vestir.
Palabra del Dia
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