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Actualizado: 5 de julio de 2025
A los dos años vivía en la ciudad como un personaje y afirmaba riendo que «no se dejaría colgar» por ochenta mil duros. Después, siempre hacia arriba, su fortuna llegó a una altura loca. Las gentes, asombradas, se decían al oído con cierto respeto supersticioso los miles de duros que ganaba en limpio al final de cada campaña.
El fanático realista hubiera visto con terror, pero no con asombro, que el Deseado le mandara colgar de una almena ó le hiciera apoyar la cabeza sobre el tajo feudal para recibir el hachazo del verdugo.
Con efecto, estando allí muy tranquilo mirando correr el agua de jabón y viendo a las lavanderas colgar sus ropas en los cordeles, dieron sobre mí el presidente del Consejo de Ministros, el de la Juventud Católica, el ministro de Fomento y el de Gracia y Justicia, los cuales inmediatamente me amarraron y me condujeron a la cárcel.
Algunos dejaban colgar en torno de su seccionamiento las esquirlas filamentosas de la madera muerta, á semejanza de un mondadientes roto. La fuerza destructora se había ensañado en los árboles seculares: hayas, encinas y robles. Grandes marañas de ramaje cortado cubrían el suelo, como si acabase de pasar por él una banda de leñadores gigantescos.
En vista de esto, traté, entonces, de interrogar a la cuidadora, que es una anciana de ochenta años. Había averiguado que Melandrini estaba ausente, y viendo algunas piezas de ropa puestas a secar en una ventana, me presenté como agente de policía para notificar que era una contravención colgar ropa en la parte exterior de las casas, contravención que se castigaba con una multa de dos liras.
La cabeza descubierta y sueltas sobre la espalda las dos esplendidas trenzas de su cabello castaño. Pedro vestía pantalón apretado de color lila, chaqueta negra, también ceñida, sombrero de paja, un pañuelo blanco de seda al cuello y faja morada. En la mano llevaba un garrote de acebo muy pintarrajeado con una cinta para colgar de la muñeca.
Sin duda, en la citada casa de campo, ha de tener Isidoro algunos animales domesticados, y entre ellos la cigüeña blanca. Tuvo un día el capricho de colgar al cuello de la cigüeña las tres poesías sanscritas, de cierto compuestas por él, porque es muy ingenioso y aprovechado estudiante. El quiso embromar a alguien, sin prever a quien embromaría.
Tal vez nos atreveríamos a censurar en esta novela la prolijidad en las descripciones y la inclusión de varios lances e incidentes que nada importan en la acción principal; pero lo expedito que para escribir es el autor, su mocedad, el ser ésta su primera obra, el casi invencible prurito de colgar en ella todos los adornos que se poseen, y la moda que hoy prevalece y que disculpa tales redundancias, nos arrancan de la mano la férula de que teníamos ya intención de servirnos.
Maximina sacó del bolsillo un crucifijo de plata pendiente de un cordón y se lo entregó ruborizada diciendo: Este crucifijo me lo regaló la hermana San Sulpicio el día de su santo: lo traigo colgado al pecho hace tres años sin quitarlo jamás... Miguel se lo arrebató con alegría. Precisamente iba yo a pedirte una medallita para colgar al cuello. ¡Cuánto me alegro que te hayas anticipado!
Al fin, enojado consigo mismo, levantó los hombros con ademán desdeñoso, arrojó violentamente la punta del cigarro y tomó la capa. Pero cuando se disponía á salir oyó abajo las voces del señor Rafael y Pepe de Chiclana: «Ya están esos ahí» se dijo. Y volvió á colgar la capa en la percha y bajó á la tienda. Mostróse á los amigos más alegre y jovial que de costumbre y estuvo locuaz en demasía.
Palabra del Dia
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