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Actualizado: 15 de julio de 2025
Ninguna función particular debe prevalecer jamás sobre esa finalidad suprema. Ninguna fuerza aislada puede satisfacer los fines racionales de la existencia individual, como no puede producir el ordenado concierto de la existencia colectiva.
Aceptado lo dicho, resulta que la humanidad es ya muy vieja, y con todo, yo he leido en un libro de otro sabio más profundo aún, esta sentencia que me ha dejado turulato: La humanidad, considerada en su vida colectiva, no ha nacido aún. El sabio echa después sus cuentas, se mete en muy ingeniosas honduras, y averigua, determina y declara la época en que la humanidad empezará á nacer.
Por toda la explanada circuló inmediatamente una noticia, con la prontitud colectiva de las muchedumbres para inventar y aceptar embustes. Era don Isidro con su novia: una novia millonaria. Se iban a casar apenas llegasen a Buenos Aires. La señá Eufrasia se aproximó a ellos con gesto admirativo: «¡Ah, don Isidro! ¡Y qué bien ha sabido usted escoger!
Suponiendo ahora que con el andar de los siglos subimos á tan gloriosa cumbre y alcanzamos tamaña ventura, todavia no me explico que, suprimidos los gobiernos según son y se conciben hoy, no haya y persistan órganos directores de esa humanidad colectiva que nace y de cada una de las diferentes naciones, que han de permanecer separadas y distintas, á fin de que la monotonía y la uniformidad no aburran á los hombres y no los impulse á ahorcarse.
Mientras que unos esquilan las ovejas y mientras que otros recogen la leche en colodras y hacen requesones y quesos, aumentando así la riqueza individual, y por consiguiente, la colectiva, nosotros, o al menos yo, incapacitados por la vejez para tan útiles operaciones, empleémonos en tocar la churumbela, el violón u otro instrumento pastoril para que se recreen las ovejas.
Entiendo con esto que un desahogo particular, con el motivo de que vamos tratando, es disculpable, aunque á poco ó á nada conduzca: pero cualquiera manifestación colectiva en ofensa y en odio de la gran República Norteamericana sería hoy por todos estilos perjudicial y contraproducente, y nos quitaría mucha parte de la razón, de que debemos cargarnos.
Yo he leído en un libro muy docto esta sentencia, que no olvidaré nunca. «La humanidad, en su vida colectiva, no ha nacido aún.» Todo este largo pasado que llevamos ya, el vivir en la primavera del año máximo y el columbrar un extenso porvenir, esplendoroso y fecundo, no debe, sin embargo, alegrarnos en demasía, ni menos ensoberbecernos.
La importancia de la cuestión para los países sudamericanos radica, por consiguiente, en rechazar indirectamente, por medio de su adhesión a la garantía colectiva, toda solidaridad con la doctrina de Monroe, tal cual la entienden y la practican los americanos.
En los círculos sociales y políticos de sus respectivos países un poco remisos al progreso, lentos en su desarrollo, un poco estrechos en su economía, trágicos en su política, caóticos y confusos en su total existencia narrarán lo que vieron en Buenos Aires, dando a sus oyentes la sensación de haber contemplado en el Sur el foco civilizador del Continente, un foco en que, por virtud del progreso, de la cultura y de la riqueza colectiva, por la tolerante convivencia de todas las ideas, en sólida y arraigada paz, es ya su luz fija y segura, irradiando sobre todos los pueblos que moran en lamentable turbulencia entre el mar Caribe y el río de la Plata.
¿Y cuándo saldréis de vuestro retraimiento? preguntó Morsamor a Sankarachária. Y Sankarachária contestó: Cuando la Humanidad sea capaz de comprendernos. Cuando nazca a la vida colectiva. Pues qué, ¿no ha nacido aún? Aún dista mucho de nacer. Está en germen caótico: en incubación. No nacerá a la vida colectiva hasta dentro de quince mil años.
Palabra del Dia
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