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En tanto Quintanar, un poco avergonzado en presencia de aquellos juguetes irónicos que se le reían en las barbas, esquivaba su despacho siempre que podía; y ni cartas escribía allí. Además; las colecciones botánicas, mineralógicas y entomológicas yacían en un desorden caótico, y la pereza de emprender la tarea penosa de volver a clasificar tantas yerbas y mosquitos también le alejaba de su casa.

¿Y cuándo saldréis de vuestro retraimiento? preguntó Morsamor a Sankarachária. Y Sankarachária contestó: Cuando la Humanidad sea capaz de comprendernos. Cuando nazca a la vida colectiva. Pues qué, ¿no ha nacido aún? Aún dista mucho de nacer. Está en germen caótico: en incubación. No nacerá a la vida colectiva hasta dentro de quince mil años.

Pero como el espíritu de la mujer es por condición ingénita un poco incoordinable y caótico, sus maneras de expresión, tendientes al charloteo, a imitación del grifo suelto, se rebela a la sintaxis que es la disciplina del discurso. Hartas disciplinas de hecho y de derecho tenemos las mujeres para someternos también a ésta de la gramática. Nuestra única libertad en el mundo es la sintáctica.

Hervieu me recibe en su despacho: es una habitación cuadrangular, alegre y muy clara, con dos ventanas abiertas sobre la Avenue de Boulogne; los muebles son elegantes y cómodos; ni los cuadros ni los chillones «bibelotes» japoneses abundan; los libros, no cabiendo ya en los armarios, invaden el diván y las sillas; es como una marea desbordada de papel; una biblioteca portátil amenaza desplomarse bajo el peso de las últimas publicaciones; no obstante, en aquel hacinamiento caótico de novelas y de revistas, adivinamos cierta ordenación ó clasificación; el maestro recuerda, aproximadamente, dónde están sus libros, y si quisiera buscar alguno, es indudable que tardaría en hallarlo pocos minutos.