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Actualizado: 13 de junio de 2025
En las más antiguas cartas mallorquinas que se conocen está ya pintada la rosa náutica con treinta y dos vientos tal cual se fijaba sobre la aguja tocada del imán; tal cual la llevó Colón en las carabelas y con la elegancia con que la dibujó Juan de la Cosa en su famoso mapamundi. De que así era da otras pruebas al referido Diario de Colón, documento primordial en nuestras investigaciones.
El conocimiento de las propiedades de la embarcación y el juicio de los hombres experimentados sobre la fuerza de los vientos y demás accidentes, era en efecto de lo que se servían para calcular la marcha y á lo que hubo de acudir Cristóbal Colón al atreverse á penetrar en el Atlántico, perdiendo de vista por la popa las costas de las islas Canarias.
Colon es tan sábio como poeta, tan poeta como marinero, tan marinero como inventor, tan inventor como soldado, tan soldado como caudillo; en una palabra, servia tanto para menestral como para príncipe, ó para príncipe como para menestral.
Yo admiro continuó Ojeda la ilusión casi infantil que acompaña a Colón hasta la muerte, haciéndole encontrar en todas partes riquezas y recuerdos bíblicos.
Expuesto queda que no había en la nao más alojamiento cerrado que la chupeta: de presumir es, dada la elevación del cargo que Colón tenía, que allí se albergara él solo. La ha dotado por tanto la Comisión de los muebles estrictamente necesarios, teniendo á la vista las indicaciones de su Diario.
No fue enemigo de la empresa, como dicen algunos, pero le pareció insensata la facilidad con que su esposa había accedido a todas las peticiones del navegante... Y Colón, en los últimos años, adivinando las dificultades en que se verían sus descendientes para sostener la absurda herencia, repetía en todos los documentos que era de Génova, aconsejaba a sus hijos que se pusiesen en contacto con el gobierno de la República, y se valía de halagos y súplicas para conquistar su favor y el de los poderosos mercaderes del Banco de San Jorge.
Conquistaron Granada y arrojaron a los infieles que nos tuvieron siete siglos en la barbarie. Después vino el descubrimiento de América. ¿Quién podía hacer eso? Nosotros y nadie más que nosotros: aquella buena reina que empeñaba sus joyas para que el bendito Colón realizara su viaje.
Conociolo el Almirante, mandó que tornasen á marcar el Norte en amaneciendo, y hallaron que estaban buenas las agujas.» Llegando aquí D. Martín Fernández de Navarrete en su obra de Viajes, puso por comentario: «El ingenioso Colón, que fué el primer observador de la variación, procuraba disipar los temores de su gente, explicándoles de un modo especioso la causa de este fenómeno.
El vagabundo Colón y Fonterrosa, marino gallego, portugués, judío o lo que fuese, pudo ver grandes ventajas en este parentesco por la semejanza de apellido, y más aún si deseaba ocultar su origen en una época en que el cristianismo pegaba duro sobre los de raza hebraica y preparaba su expulsión de muchas naciones.
Revivió en la memoria de los dos españoles la tragedia de su descubrimiento. Pocos años después de la muerte de Colón, ya navegaban por estas latitudes los navíos españoles buscando un estrecho para pasar al otro Océano, al llamado mar del Sur, descubierto por Balboa. Deseaban llegar a las espaldas de Castilla del Oro, que así se titulaba entonces la parte conocida de la América Central.
Palabra del Dia
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