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Actualizado: 27 de mayo de 2025


Y al que cogían la martirizaban. ¡Pse! Nosotros tamíen algunos matemos. Martín se reía a carcajadas con las explicaciones de Asenchio Lapurrá. Después de comer en la posada, Martín, el extranjero, Iceta, Haussonville y Asensio fueron a un café de la plaza, donde estuvieron hablando.

Las de abajo gritaban también y se cogían con fuerza al brazo de los caballeros. Algunas se desmayaron. Fué un momento de angustia indescriptible. Creían llegado el fin de su vida. Y el director no cesaba de gritar: ¡Esos taquetes! ¡Esos taquetes! Y las voces de abajo se oían cada vez menos distantes: ¡No puede ser! ¡No puede ser!

Los chicos de la calle la miraban como el hombre que besaba a doña Camila; la cogían por un brazo y querían llevársela no sabía a dónde. No volvió a salir sin el aya. A Germán no había vuelto a verle. He escrito a tu papá diciéndole lo que eres. En cuanto cumplas los once años, irás a un colegio de Recoletas.

Las mujeres le cogían el faldellín de terciopelo para admirar de cerca los bordados: clavos, martillos, espinas, todos los atributos de la Pasión. Sus botas parecían temblar a cada paso con el brillo de los espejuelos y la pedrería falsa que las cubrían. Bajo las plumas del casco, que aún hacían más obscura su tez africana, destacábanse las patillas grises del gitano.

Además, siempre les había profesado cierto desprecio inculcado por el rector su maestro; el desprecio que los ascetas sienten hacia todo lo que se relaciona con la materia. Así que tales descripciones le cogían de nuevas. El libro era célebre en el mundo científico; había oído hablar de él; pero nunca cayera en sus manos hasta entonces. Titulábase Cosmos; su autor, Alejandro Humboldt.

¡El puñetazo que se llevaría la tal, de no existir la verja entre las dos!... Empezaba á dirigir terribles alusiones al pecho plano de la doncella, á sus angulosidades de muchacho, subiendo rápidamente el diapasón de sus ofensas, cuando sintió que la cogían de los hombros. Al volver la cabeza, vió junto á la acera un automóvil que acababa de detenerse.

Y el viejo, temblando bajo sus ropas mojadas, se metió resueltamente en el agua dando diente con diente. La imagen iba entrando con lentitud en los callejones inundados. Los robustos gañanes, encorvados bajo el peso de las andas, se hundían en el agua; sólo podían avanzar ayudados por un grupo de fieles que se cogían a la peana por todos lados.

Los más audaces le cogían una mano, se la estrechaban fuertemente y la agitaban en todas direcciones, deseosos de prolongar lo más posible este contacto con el grande hombre nacional, al que habían visto retratado en los papeles públicos. Luego, para hacer partícipes de esta gloria a los compañeros, les invitaban rudamente. ¡Chócale la mano! No se enfada. ¡Si es de lo más simpático!...

Había dado, como siempre, muchas participaciones, por lo cual los doce mil quinientos duros se repartían entre la multitud de personas de diferente posición y fortuna; pues si algunos ricos cogían buena breva, también muchos pobres pellizcaban algo. Santa Cruz llevó la lista al comedor, y la iba leyendo mientras comía, haciendo la cuenta de lo que a cada cual tocaba.

Sin saber por qué, recordó uno de sus juegos en el Hospicio. Los muchachos cogían una mosca, la arrancaban las alas y empujábanla después, pretendiendo que volase. ¡Ay! El era como aquella mosca. Le habían arrancado las alas; le habían arrebatado las armas naturales para la lucha por la vida.

Palabra del Dia

hociquea

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