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Actualizado: 5 de mayo de 2025


15 Y si os mordéis y os coméis los unos a los otros, mirad que también no os consumáis los unos a los otros. 17 Porque la carne codicia contra el Espíritu, y el Espíritu contra la carne; y estas cosas se oponen la una a la otra, para que no hagáis lo que quisierais. 18 Pero si sois guiados del Espíritu, no estáis bajo la ley.

A la vista de aquel tesoro, relucieron los ojos del cocinero mayor, le acometió un vértigo, y se asió á la mesa con ambas manos para no caer. ¡Oh! ¡si todo esto fuera mío! exclamó olvidado de que le escuchaba el joven. Este por su parte no le oyó, porque su interés estaba vivamente excitado. Pero en la expresión de su semblante se comprendía que no era la codicia la causa de aquel interés.

Sin ambición, sin codicia, sin apetito ni anhelo que le perturbe y le lleve en pos de las cosas terrenales, el padre Juan viene a ser como un inocente ángel del cielo, que ha tomado forma y cuerpo humanos. Sólo el afecto amoroso con que mira por su madre y cuida de ella, le enlaza singularmente con los demás seres. Protegido el padre Juan por una marquesa devota y por el Sr.

Hay en nuestras sociedades enemigos muy espantosos, a saber: la especulación, el agio, la metalización del hombre culto, el negocio; pero sobre éstos descuella un monstruo que a la callada destroza más que ninguno: es la codicia del aldeano.

I esto fué la cierta causa de haber consentido el rei Fernando en lo que con tantas i tales i tan grandes instancias los frailes domínicos, llevados de su codicia, le habian suplicado. El era uno de los mas grandes políticos de su siglo, i hombre en fin que caminaba á su propósito sin curarse de los medios que para conseguirlo era necesario emplear.

Contento estaba Cervantes con su buena aventura, que tan en claro le había puesto el encendido amor en que por él ardía doña Guiomar, y parecíale que ya su vida y su alma habían encontrado buen empleo, y la codicia de ver de nuevo a doña Guiomar le aquejaba, y de gozar otra vez de sus ardientes miradas, de las que para él se la salían del alma; pero temía, si iba, no le obligase ella con juramento a que nada intentase contra aquel enemigo de sus padres y suyo, que de tal modo había perseguido a su madre y a ella la perseguía.

Las asombrosas fortunas creadas en las minas habían tentado su codicia.

Ni vos, dulce consorte amada mia, Os vereis en peligro que Romanos Pongan en vuestro pecho y gallardia Los vanos ojos, y las torpes manos! Mi espada os sacará desta agonia, Y hará que sus intentos salgan vanos, Pues por mas que codicia los atiza, Triunfarán de Numancia en la ceniza.

Había llegado a los treinta y cinco años y la codicia del poder era más fuerte y menos idealista; se contentaba con menos pero lo quería con más fuerza, lo necesitaba más cerca; era el hambre que no espera, la sed en el desierto que abrasa y se satisface en el charco impuro sin aguardar a descubrir la fuente que está lejos en lugar desconocido.

Vaciló Montiño entre su codicia, que le impulsaba á ocultar su riqueza, y su temor á un terrible castigo de Dios, que creía ya empezado en las desgracias que una tras otra se le habían venido encima y seguían viniéndosele desde la noche anterior. Al fin triunfó el miedo. ; , señor dijo soy... muy rico. ¿Qué medios habéis empleado para adquirir esa riqueza?

Palabra del Dia

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