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Actualizado: 21 de julio de 2025


Hacía algún tiempo que, preocupado de las desgracias por que pasaba María Teresa, y creyendo correcto participar de ellas, había vivido en lo que llamaba el retiro; es decir que se había presentado poco en el gran mundo, salvo en el club y en algunas comidas íntimas. Pero las palabras dichas a María Teresa lo desligaban.

Los obreros que entonces llevaban la voz en la propaganda revolucionaria habían muerto, o habían envejecido, o se habían dispersado, o estaban desengañados de la idea; la generación nueva no era clerófoba más que a ratos; era amiga de la taberna, no del club. Se hablaba sólo de revolución social; y ya se decía que los curas no son ni más ni menos malos que los demás burgueses.

Montaba a caballo todos los días y frecuentaba el juego de pelota; por la noche asistía a uno de los teatros de ópera y luego hacía su partida de whist en el club.

Al fin llego a las piezas que me han sido retenidas en el Jockey Club y tomo posesión de aquella sala desnuda, a la que me ligan hoy tantos recuerdos y que no entreveo en mi memoria sin una emoción de cariño y gratitud por los que me hicieron tan grata la vida en el suelo colombiano.

Cuando hablaban en el club de algo que no llegaba a entender, sonreía con expresión de inteligencia, diciéndose: Eso debe estar en arguno de los libros que tengo en er despacho.

Bueno, no hablemos más concluyó Diana; no quiero arrancar de tu corazón recuerdos tan tenaces, pero podríamos distraernos paseando, ¿qué te parece? Hoy se verifica un match interesante en el Tennis-Club, ¿vamos? María Teresa se dejó convencer; se divertía siempre en las partidas de tennis que se organizaban todas las tardes en su casa, en el Club, o en las villas vecinas.

Habían bajado la gran escalera del club; estaban en el vestíbulo, ella envuelta en una capa de seda con bordados de oro y ricas pieles, que le recordaba sus salidas de la Opera de París; él con el gabán abierto y un sombrero flexible forrado de seda.

Cuando yo salga con la mía, ya no tendrás que trabajar, ¡pobrecito mío!, ya no penarás con tus negocios. Los tales negocios no podían marchar peor. En menos de un año había sufrido Fernando dos pérdidas considerables en empresas ilusorias a las que le arrastraron ciertos amigos del club tan inexpertos como él. El juego contribuía igualmente a disminuir su fortuna.

Cualquiera imaginaría al escucharle que estaba pronunciando un discurso en algún club democrático, y no administrando una soberana paliza. Así terminó aquella refriega.

Ya estamos otra vez en la Fontana; ya somos dueños del club, de nuestro club; ya se fué aquella horda de necios. Esta noche hablará usted y será aplaudido. Sabrán apreciar lo que usted vale. ¡Ah! yo no hablo más replicó Lázaro con cierta amargura, porque se había llegado á convencer de que no había nacido para la tribuna.

Palabra del Dia

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