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Actualizado: 21 de junio de 2025
Vaya usted á ofrecer dinero á Alcalá Galiano y á Moreno Guerra.... Esos alborotan allá, en las Cortes; de esos no se trata. Tratamos de los que alborotan aquí. Pues le aseguro á usted, señor don Elías de mi alma, que con lo que me ha dado, no tengo ni para la correa del zapato del orador más malo de este club. Le digo á usted que basta con eso. El señor no está para gastos.
Claudio, que quería eludir el verdadero motivo de aquel acto, divagó, dando á Lázaro una porción de señas que aumentaron su confusión: le habló de don Elías, de su pueblo, del club de Zaragoza, de la Fontana. En fin dijo, decidido á salir del atolladero: no quiero llevarme el mérito de una acción que no debe usted agradecerme. Cada cosa en su lugar.
Por último, se determinó que las sesiones fueran secretas, y entonces se trasladó el club al piso principal.
Su traje databa de antes de la guerra, pero era rico y la duquesa lo llevaba con el mismo garbo que en sus tiempos de opulencia. El largo collar de perlas adquiría un aspecto de autenticidad sobre su persona, así como los demás adornos. Se adivinaba en ella un arreglo extraordinario con motivo de su visita al club.
Merced á los infames que la han corrompido, corren por la corte injuriosas calificaciones de nosotros y de nuestro club. ¡Que esos infames salgan de aquí! ¡Que se digan sus nombres! respondió la multitud con un rugido. No decía otro: esa especie de hombres no existe. Sí existe exclamó exasperado el primero.
Al oírnos hablar del baile, nos obligó a callar; dirigió dos o tres frases hirientes a mi tío, por haberse permitido asistir al club y comenzó a contarnos su jornada. Parece que aquello había sido un campo de Agramante: que la emoción de mi tía había sido puesta tres veces a votación y que tres veces había sido rechazada.
Después de los salones y del teatro, al Club, otra vez indefectiblemente: a cenar, si había ganas, o a tomar un piscolabis, si no las había, y a «cambiar sus impresiones», que no faltaría con quién.
El señor Esteban asistía silencioso y de pie a este club vespertino, que traía recelosos a los de la Milicia Nacional de Toledo. Terminó la guerra y se desvanecieron las últimas ilusiones del jardinero. Cayó en un mutismo de desesperado: no quería saber nada de fuera de la catedral. Dios había abandonado a los buenos; los traidores y los malos eran los más.
Cuando el sacerdote terminó la ceremonia, mi tío se echó en brazos de Fernanda y Montifiori en brazos de su hija: los amigos hicieron iguales demostraciones con los novios; no hubo sollozos ni lágrimas, y apenas hubieron terminado las felicitaciones, cuando la orquesta inició el baile, con aquel mismo vals de Metra que yo había bailado con Blanca un año antes, en el Club del Progreso.
Tenía la calle Ancha mucho de lo que llamamos Salón de conferencias, de lo que hoy es Bolsa, Bolsín, Ateneo, Círculo, Tertulia, y era también un club.
Palabra del Dia
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