United States or Bahrain ? Vote for the TOP Country of the Week !


Era un caballero de cincuenta a sesenta años, bajo, delgado, con bigote y perilla canosos, ojos saltones y distraídos, resguardados por gafas. Llamábase D. Juan Peñalver. Era catedrático de Filosofía en la Universidad y había sido ministro. Gozaba fama de sabio, con justicia, y de una respetabilidad que pocos habían alcanzado en España.

Un hermano de las Oceánidas, el prudente Nereo, reinaba en las profundidades mediterráneas. Este hijo de Océano era de barbas azules y ojos verdes, con haces de juncos marinos en las cejas y el pecho. Cincuenta hijas suyas, las Nereidas, llevaban sus órdenes á través de las olas ó jugueteaban en torno de las naves, enviando al rostro de los remeros la espuma levantada por sus brazos.

¡Qué alegría, el día anterior, llegando de improviso a la estrecha oficina, levantar en sus robustos brazos a la tía querida que frisaba ya en los cincuenta años y cuyas sienes estaban adornadas por algunos hilos de plata, y oprimirla contra su pecho, en el que brillaba la cruz de los bravos!... ¿Eh? tía Liette, las dos forman un par exclamó gozoso señalando a la del comandante.

Esto basta para que sepamos en cierto modo a qué atenernos respecto a sus propiedades morales y físicas. Manuel Antonio no era joven. Frisaría en los cincuenta años, disimulados con esfuerzo heroico por toda la batería de afeites conocidos entonces en Lancia, que no eran muchos ni muy refinados. Una peluca bastante rudimentaria, algunos dientes postizos mal montados, un poco de negro en las cejas y de carmín en los labios, mucho patchoulí y un traje de fantasía apropiado para realzar los residuos de su belleza.

Bermúdez sostuvo la mirada de la ilustre dama y olvidó por un momento los cincuenta años de la Marquesa. Suspiró... y en seguida se le subió la champaña a las narices, tosió, se puso casi negro, medio asfixiado y la Marquesa tuvo que darle palmadas en la espalda.

Aquel relicario tenía su historia: lo había dado una monja, la hija de Capitan Tiago, á un lazarino; Basilio, habiéndole asistido á éste en su enfermedad, lo recibió como un regalo. Ella no podía venderlo sin avisárselo antes. Se vendieron corriendo las peinetas, los aretes y el rosario de Julî á la vecina más rica, y se añadieron cincuenta pesos; faltaban aun doscientos cincuenta.

Vivía cerca de Valencia, en una casa de campo, y sólo venía a Madrid cuando algún asunto lo exigía: en esta ocasión era para gestionar el ascenso de un hijo, registrador de la propiedad. A pesar de que este hijo tenía la misma edad que yo, D. Ramón no pasaba de los cincuenta años, lo cual hacía presumir, como así era en efecto, que se había casado bastante joven.

21 Lo demás de los hechos de Manahem, y todas las cosas que hizo, ¿no está todo escrito en el libro de las crónicas de los reyes de Israel? 22 Y durmió Manahem con sus padres, y reinó en su lugar Pekaía su hijo. 23 En el año cincuenta de Azarías rey de Judá, reinó Pekaía hijo de Manahem sobre Israel en Samaria, dos años.

Zeviya es dijo gravemente, después de haber sacado la cabeza por la ventanilla, un viajero de cuarenta a cincuenta años, con patillas hasta la nariz y vestido con chaqueta corta, corbata de anillo y sombrero de amplias alas. ¿Usted la ha visto? le pregunté con solicitud. ¿Que zi la he visto?

Les conocí en 1870. D. Baldomero tenía ya sesenta años, Barbarita cincuenta y dos.