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Recordaba á Balzac y á otros escritores imaginativos, que poblaron su vida práctica de absurdas concepciones, aceptándolas como realidades. Además, ¡quién sabe si era «la loca de la casa» la que había hecho que este hombre del país de los olivos y las cigarras conquistase con tanta rapidez la vieja ciudad dormida y sin ensueños!...

Los árboles añosos de la Rambla se cubrían de hojas, y en sus frondas nacientes chillaban miles de pájaros con la tenacidad ensordecedora de las cigarras, persiguiéndose de tronco en tronco, dejando caer sobre la muchedumbre que circulaba por abajo el olvido casi líquido de sus flojos intestinos.

Lo habían oído á sus nodrizas y á sus madres cada vez que éstas les recomendaban la necesidad de ser sobrios y ahorradores. De aquí data el error, verdaderamente incomprensible en un país como Grecia que tiene cigarras. La fábula, como casi todas las fábulas, procede del pueblo indostánico, gran contemplador de la Naturaleza.

Sólo en la biblioteca de las Cigarras puede usted encontrar algún antecedente me dijo el anciano pífano, riendo. No me pareció la idea completamente disparatada, y como la biblioteca de las Cigarras está cerca de mi puerta, fui a encerrarme ocho días en ella.

Los coches se alejaban; subían por la calle principal de la Colonia, sin algazara; las luces de los faroles se bamboleaban, se ocultaban y volvían a aparecer, cada vez más pequeñas... «¡Ahora callanpensó don Fermín. «¡Peor, mucho peor!». Los cascabeles volvieron a sonar como canto lejano de grillos y cigarras en noche de estío....

Calla de pronto el coro escolar, y por las ventanas abiertas llega hasta nosotros la voz de un niño, el más aplicado tal vez, que recita una fábula: La cigarra y la hormiga. Como el griterío de una muchedumbre alborotada que contesta á ultrajantes alusiones, suena el chín-chín de numerosas cigarras moviendo sus cimbalillos entre las cortinas del follaje.

El aire abrasa... y especialmente los olmos de orillas del camino, cubiertos por completo de blanco polvo, millares de cigarras pasan de uno a otro árbol. El señor subprefecto se estremece repentinamente. Allá abajo, junto a una ladera, divisa un verde robledal que parece hacerle señas.

Esta moza tan meticulosa y apañada piensa Azorín me recuerda esas mujeres que se ven en los cuadros flamencos, metidas en una cocina limpia, con un banco, con un armario coronado de relucientes cacharros, con una ventana que deja ver a lo lejos un verde prado por el que serpentea un camino blanco... Después de comer, Azorín se tumba un rato. A esta siesta le llama Azorín la siesta de las cigarras.

La hormiga es en realidad un ladrón y la pobre cigarra una víctima. Supo describir con exactitud el carácter del lobo, del zorro, del gato y otros animales protagonistas de sus historias. Los había visto de cerca, eran de su país. En todas las latitudes del mundo hablan las gentes de la cigarra á causa de la fábula, y sin embargo, son muy pocos los que han visto cigarras.

La carretela no llevaba cascabeles, pero los caballos de la Góndola ... ¿O serían cigarras, grillos... ranas... cualquier cosa de las que cantan en el campo acompañando el silencio de la noche?... No... no; eran cascabeles, ahora estaba seguro... ya sonaban más cerca, con cierto compás... cada vez más cerca.