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Era la otra cascada y a veces chillona. ¡Vaya con la pareja! Riquín y D. José de Relimpio jugaban arrastrándose por el suelo. Caballo y jinete se besaban, locos de regocijo, en la confusión de las caídas leves. Abriose de pronto la puerta de la sala, y entró... nada menos que la Sanguijuelera.

¡Viva la libertad! exclamó D. Diego haciendo un par de cabriolas . Gabriel, estamos solos. Hermanillas, alegrémonos y regocijémonos. La chillona algazara que desde los aposentos vino a mis oídos, indicome que las hembras estaban libres también de la ominosa esclavitud.

¿Y qué más queréis? dijo con voz chillona, con impaciencia Montiño, viendo que el bufón con la botella bajo un brazo, la escudilla en una mano y la caperuza en otra, no se movía. Quiero que me acompañéis. Yo he almorzado ya. Que me acompañéis mientras almuerzo yo. No puedo; tengo que hacer un platillo de filetes de ternera sobreasados por mi propia mano...

El tío Ventolera no podía acompañarle al mar, pues consideraba indispensable su presencia en la misa, para responder con voz chillona a las palabras del sacerdote. Falto de ocupación, Jaime emprendió la marcha hacia el pueblo por senderos de tierra roja que ensuciaba la blancura de sus alpargatas. Era uno de los últimos días estivales.

Los productos de aguja de las isleñas canarias mezclábanse con la pacotilla chillona venida de Asia. Vendedores andaluces o indostánicos gesticulaban entre los grupos de pasajeros, alabando sus mercaderías con sonora hipérbole española o con un balbuceo mezcla de todas las lenguas.

Al comenzar la Salve rompió el órgano en formidable trompeteo, y empezaron los cantores. La voz del tiple era chillona y femenina, la del bajo ronca y apagada; el barítono cantó un solo que parecía de personaje celoso en ópera italiana.

Apenas salieron la madre y la hija, Carmen oyó que Julio aullaba en su dormitorio, y temiendo que saliera a asustarla desde algún rincón con sus ojos crueles, bajó al zaguán y se puso a escuchar el silencio de la tarde. Sintióse a poco, por el jardín adelante, un rumor de palabras. Sobre la dura voz de Narcisa y la chillona de su madre, otra, sonora y firme, se alzaba risueña.

Su voz es chillona, atropellada, inaguantable; así como la de la conciencia es grave, reposada, convincente; y lo que dice no tiene refutación. Ahora parece que llora.... Se va poquito a poco perdiendo la voz dijo la Nela, atenta a lo que oía. De pronto salió por la gruta una ligera ráfaga de aire.

Subía un repecho y don Fermín veía los bajos irisados de chillona bayeta que mostraba sin miedo Petra, más algo de la muy bordada falda blanca y de una media de seda calada, refinada coquetería que quitaba propiedad al traje y por lo mismo le daba picante atractivo. ¡Qué calor, don Fermín! decía la rubia, enjugando el sudor de la frente con pañuelo de batista barata.

Empezaba a hacer los juicios a que daba ocasión esta extraña conducta de la Virgen, cuando oyó una voz varonil y chillona que decía: ¡Florentina, Florentina! Aquí estoy, papá; aquí estoy comiendo moras silvestres.