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Actualizado: 6 de junio de 2025


Y sacó del bolsillo otra carta de Chiclana, provincia de Cádiz, en la cual se leía también la palabra sibilítica, el misterioso conjunto: ¡Mentecato! La situación de Jacobo no era para reír mucho, y apagóse bien pronto el arranque de hilaridad que le había producido aquella burla pacientísima que no podía ser de otro que de Diógenes.

Y á pesar de su inveterada fanfarronería, cada día le iba importando menos que los amigos se enterasen de su humillación. Alguna vez, observando ya señales vergonzosas de ella, los más autorizados, como el señor Rafael y Pepe de Chiclana, le hicieron prudentes advertencias. «No era ése el camino para ser feliz.

Despidiéronse ellos; nosotros descansamos hasta el día siguiente por la madrugada, hora en que proseguimos nuestro camino; y como éste era mucho más cómodo y expedito desde Chiclana a Cádiz que en el tramo recorrido, llegamos al término de nuestro viaje a eso de las once del día, sin novedad en la salud y con el alma alegre. No puedo describir el entusiasmo que despertó en mi alma la vuelta a.

Al fin, enojado consigo mismo, levantó los hombros con ademán desdeñoso, arrojó violentamente la punta del cigarro y tomó la capa. Pero cuando se disponía á salir oyó abajo las voces del señor Rafael y Pepe de Chiclana: «Ya están esos ahí» se dijo. Y volvió á colgar la capa en la percha y bajó á la tienda. Mostróse á los amigos más alegre y jovial que de costumbre y estuvo locuaz en demasía.

Con éstas y otras cosas nos anocheció en Chiclana, y mi amo, atrozmente quebrantado y molido a causa del movimiento del fementido calesín, se quedó en dicho pueblo, mientras los demás siguieron, deseosos de llegar a Cádiz en la misma noche.

El guitarrista y la cantaora que habían traído consigo no daban paz á los cantos de la tierra, malagueñas, seguidillas, polos, soleares, aunque sólo tres ó cuatro más filarmónicos los escuchasen en silencio. Pepe de Chiclana tuvo una idea feliz. ¡Que bailen los novios! gritó. Este grito halló eco en seguida entre los invitados. Eso está bien dicho. ¡Que bailen!

Por último, al cabo de un rato acostaron al barco Pepe de Chiclana, su mujer y Soledad. En la subida hubo bastante jarana y no pocos sustos. Las mujeres temblaban de confiarse á la frágil escala. Con el susto no se guardaban siquiera de mostrar las piernas á los marineros que se quedaban en la lancha. Los hombres las embromaban sobre esta despreocupación así que estaban arriba.

La esposa de Pepe de Chiclana no predicaba sólo con la boca, como tantos moralistas, sino también con el ejemplo. Á pesar de haberse criado en una taberna, con la libertad y los peligros que para las jóvenes ofrecen, jamás tuvieron las malas lenguas sitio por donde atacarla.

Había tomado parte en la expedición que fue al condado de Niebla con objeto de hostilizar a los franceses por su ala derecha, y que, si menos célebre, no fue menos lastimosa que la de Chiclana, con su célebre batallón del <i>Cerro de la cabeza del Puerco</i>. Acaeció en la jornada del Condado un suceso digno de pasar a la historia, y fue que en ella descalabraron del modo más lamentable a nuestro heroico y por tantos títulos famoso D. Pedro del Congosto, quien en lo más recio de un combate que cerca de San Juan del Puerto trabaron con los nuestros los franceses, metiose denodadamente, llevando en pos a sus cruzados de rojo y amarillo, con lo cual dicen hubo gran risa en el campo francés.

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