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El tío de ambos, D. Cayetano Villuendas, progresistón y riquísimo casero, era el esposo de Eulalia Muñoz, y su gran fortuna procedía del negocio de curtidos en una época anterior a la de Céspedes. Ya se ató el cabo que quedara pendiente poco ha.

Cuando las dos hermanas se pusieron a recorrer los senderos del jardín prolijamente limpios, rodeados de céspedes cuyo verde claro contrastaba agradablemente con el tinte sombrío de las pirámides y de las bóvedas y con el de los cercos de boj que se elevaban como murallas de verdura, Priscila dijo: Estoy muy contenta con que vuestro marido haya hecho esa permuta de terreno con el primo Osgood y que comience a ocuparse en una lechería.

111. El enemigo entretanto estuvo detenido los cuatro dias siguientes en el pago ó estancia, dicha Ibicuá, parte por las lluvias, parte por otras razones. Aunque estaba ya tan vecino el enemigo, no se podian bastantemente persuadir los indios de salvar sus cosas. Finalmente por la mañana se juntaron los Miguelistas á llevar las alhajas mas preciosas del templo hacia el arrojo Piratiní, á una hermita hecha de cespedes, de un pueblo antiguo, y con esta ocasion se persuadió lo mismo á los de San Lorenzo, y despues

Desde los pastos más altos se vislumbra la cumbre elevada, erguida como una pirámide de gradas desiguales: placas de nieve que llenan sus anfractuosidades, le dan un matiz sombrío y casi negro por el contraste de su blancura, pero el verdor de los céspedes que cubren á lo lejos todas las cimas secundarias aparece más suave al mirar, y los ojos, bajando de la masa enorme de formidable aspecto, reposan voluptuosamente en las muelles ondulaciones que ofrecen las dehesas.

Estaba inclinada la cabeza al anoyo; exhalaba de rato en rato hondos sollozos, y tenia en la mano una varita con la qual estaba esciibiendo letras en una fina arena que entre los céspedes y el arrojo mediaba.

Pacían con una tranquilidad bucólica en los céspedes marítimos, contemplados de lejos por las almejas, las ostras y otros bivalvos adheridos á las rocas por una madeja de seda dura y córnea que envolvía sus encierros.

¡Salve, pues, noble y magestuosa cuna de Lucano, de los Sénecas, de Osio, de Averroes, de S. Eulogio, de Juan de Mena, del Gran Capitan, de Morales, de Góngora, de Céspedes, de tantos insignes varones!

El distinguido señor Céspedes, cónsul argentino en Colón, que está allí labrando su fortuna con un heroísmo incomparable, se encuentra, por mi desgracia, en cama. ¿Qué hacer? ¿Visitar la ciudad? Veinte minutos y c'est fait. Barro y casas de madera; nada. Ponerme a leer... ¿en mi cuarto? ¡Prefiero la muerte!

Después pensé que sería un paso muy salado que se presentase ella en la cercana casa de Céspedes diciendo que hicieran el favor de darle un duro, siquiera se lo diesen a préstamo. Seguramente, se reirían de tan absurda pretensión, y la pondrían bonitamente en la calle.

D. Prisco al cabo sacudió el brazo á su amigo y le dijo: Vamos. El capitán le siguió obediente. D. Prisco se apartó de aquellos sitios y se internó cuesta arriba en las frondosas arboledas de castaños y robles. Por trochas escondidas caminaron en silencio uno en pos de otro. Al fin llegaron á un delicioso paraje donde manaba una fuente oculta entre espinos y avellanos rodeada de menudos céspedes.