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Actualizado: 21 de junio de 2025


A la espalda, y ceñida por los pechos, traía el uno una camisa de color de camuza, encerada, y recogida toda en una manga; el otro venía escueto y sin alforjas, puesto que en el seno se le parecía un gran bulto, que, a lo que después pareció, era un cuello de los que llaman valones, almidonado con grasa, y tan deshilado de roto, que todo parecía hilachas.

Era un viejo alto y descarnado, hasta el punto de traslucirse todos sus huesos; traía una vieja sotana ceñida a la cintura por un orillo de que pendía un rosario, y escapábanse de su gran becoquín largos mechones blancos.

La heredera de los Algalias dormitaba en su cama de batistas y encajes como una maga recostada sobre una nube. Tenía desnudo, fuera de las ropas, un brazo, ceñida aún la muñeca por la pulsera lisa de oro mate, y en el otro, puesto sobre la almohada, apoyaba la cabeza, embelesada por ensueños formados con reminiscencias de la víspera.

Habiendo salido aquel día Costanza con una toca ceñida por las mejillas, y dicho a quien se lo preguntó que por qué se la había puesto, que tenía un gran dolor de muelas, Tomás, a quien sus deseos avivaban el entendimiento, en un instante discurrió lo que sería bueno que hiciese, y dijo: Señora Costanza, yo le daré una oración en escrito que a dos veces que la rece, se le quitará como con la mano su dolor.

Musitando, en seguida, misteriosa frase, la anciana sacó de la gaveta de un mueble una figurilla de lienzo. La cabeza, sin facciones, estaba toda erizada de crin híspida y espesa. La cintura era ceñida, la falda ampulosa; dos largos punzones traspasaban de parte a parte la garganta.

Es esa muchacha que usted habrá visto en el paseo, acompañada siempre de hombres; muy alta, esbelta, con la falda corta, tan ceñida, que no puede dar un paso sin que la tela moldee todo su cuerpo. Lleva el pelo cortado como una melena de paje, lo mismo que las cupletistas... Yo no he conocido hasta ahora pájaros de esta especie.

Ceñida en la ribera por lujosas arboledas, que al mirarse en las ondas sombrean las playas y terrazas, y coronada en la parte superior por las guirnaldas de sus lindos jardines y los tupidos festones de sarmientos, parece una ciudad de casas de baños y de recreo sembrada en el fondo de un jardin, rica en colorido y arrullada por los rumores del lago y las brisas generosas de las montañas que la dominan.

No traía espada ceñida, sino una riquísima daga, y en los dedos, muchos y muy buenos anillos.

Hombres de todos los pueblos andan asombrados por las calles morunas, por las aldeas negras, por el caserío de bambú javanés, por los puentes de junco de los malayos pescadores, por el jardín criollo de plátanos y naranjos, por el rincón donde, de su techo labrado como un mueble rico, levanta su torre ceñida de serpientes la pagoda.

Sus terrazas, sus largos balcones, estaban ocupados por hombres que tomaban el sol; hombres cuya cabeza era una bola blanca, ceñida de vendajes que sólo dejaban visibles los ojos y la boca; hombres incompletos, como esbozos escultóricos, sin una pierna, sin un brazo; otros, tendidos, inmóviles, amputados, lo mismo que los cadáveres en la sala de disección, pero que todavía respiraban.

Palabra del Dia

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