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Actualizado: 16 de julio de 2025


Pero como los pobladores de la región difícilmente denuncian al Juzgado de Paz perjuicios de animales, por duros que les sean, el toro proseguía comiendo en todas partes menos en la chacra de su dueño, el cual, por otro lado, parecía divertirse mucho con esto. De este modo, los caballos vieron y oyeron al irritado chacarero y al polaco cazurro.

Insensiblemente Pedro empezó á tratar á su señora como á una compañera, hasta reirse algunas veces de sus preguntas inocentes y disparatadas. La condesa reía también, así que las hacía; pero le daba golpecitos con la sombrilla, llamándole burlón y cazurro. Si la despojasen de su ropa y la pusiesen un traje de aldeana, hubieran pasado muy bien por novios ó hermanos.

Su furor no tuvo entonces límite, y vino a aumentarlo el cazurro Martínez, que con los carrillos hinchados y la boca llena de risa reventaba por soltar la presa, y soltóla al fin, diciendo a modo de fisga: ¡Abortó la conspiración!... ¡España puede ya dormir tranquila!...

Ni un poquito, ni un muchito... me juzgas demasiado débil, Perico... Es necesario que te vayas convenciendo de que soy una aldeana en toda la extensión de la palabra... Y si no, mira... mira... La condesa emprendía á correr desaforadamente por el monte arriba; pero á los pocos pasos dejábase caer jadeante sobre el césped, llamando burlón y cazurro al joven porque se estaba riendo.

Por fin vieron a Nelet, que guardaba el cochecito del señor Cuadros. Vestía de blusa, pues la carretela de las señoras era de alquiler y tenía cochero propio. Iba a subir el señor Cuadros en su pescante y empuñar las riendas, cuando el cazurro muchacho se rascó la cabeza y pareció recordar algo. Oiga, don Antonio; don Eugenio me ha dado este papel, encargándome mucho que no tardase en entregarlo.

Si en ocasiones les deja obrar, suele también con frecuencia, malicioso y cazurro como es, herirlos, vengarse, más contento de ahogar á un piloto que de engullirse las embarcaciones. Con todo, tiempo hacía que no se citaba ningún accidente marítimo. El muy cálido verano de 1859 no ofreció otro siniestro en aquellos parajes que una barca destrozada en el mes de junio.

Apuntada por segunda vez esta opinión tan poco favorable al desenvolvimiento psíquico de sus compatriotas y contraria enteramente á la ley de la evolución, Flora se creyó en el caso de dar otro pellizco á Jacinto, aunque más suave que los anteriores, y decirle que era un grandísimo cazurro y que hiciese el favor de no provocarla más.

Díjose luego que, desde una ventana del hotelito escondido, había él presenciado la escena, con las manos a la cabeza, sacudiendo la cabezota, dejando oír su risita de cazurro, de paleto empingorotado. ¡Ju, ju, ju, ju!...

Palabra del Dia

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