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Actualizado: 13 de julio de 2025
Barbarita estaba loca con su hijo; mas era tan discreta y delicada, que no se atrevía a elogiarle delante de sus amigas, sospechando que todas las demás señoras habían de tener celos de ella. Si esta pasión de madre daba a Barbarita inefables alegrías, también era causa de zozobras y cavilaciones.
La dolencia de éste fue larga; en, tanto que duró no permitieron los médicos, por ahorrarle cavilaciones, que se le hablase de la restauración del templo, y aunque así no fuera, nada hubiera podido saber de lo que hacía Molina, porque el artista con nadie hablaba de su obra ni toleraba visitas. En cuanto el deán se puso bueno, su primera salida fue para ir al estudio.
Así pensaba Lázaro, absorbido por sus cavilaciones, mientras la trémula claridad de los últimos instantes de la tarde iba dejando libre el paso en la atmósfera a las primeras sombras de la noche.
Exaltado por estas cavilaciones, se decidió don Paco a ir a ver a su hija, a explicarle con franqueza y lealtad lo que había pasado y a pedirle cuentas de su maligna conducta. De mucho valor tenía que revestirse para atreverse a dar aquel paso.
Con esta duda tropezaba Josefina al fin de todas sus cavilaciones. LLEGÓ el día del santo de la duquesa, y, como de costumbre, se festejó en familia con una comida, que si tenía sus puntas y ribetes de pretencioso convite, no carecía de cierto aspecto de intimidad, pues sólo asistieron a ella los más asiduos amigos de la casa, Félix Aldea entre ellos, y el joven pero venerable capellán.
¡Quién sabe! me dije en conclusión de mis cavilaciones . Por puntos más obscuros ha amanecido otras veces; si está de Dios que ha de venir algo, ello vendrá. Todo es cuestión de paciencia y de saber conformarse. Conque un poco de filosofía, y a esperar lo que viniere.
Y se daba de nuevo a cavilar; pero por donde quiera que echara sus cavilaciones, siempre, tenían el mismo paradero. Había tomado ya un vicio su máquina de discurrir; y en cuanto se ponía en movimiento, un poco más acá o un poco más allá, caía hacia el lado de siempre.
Nadie, sin embargo, lloró con más ternura, tuvo más honda pena por la muerte del P. Enrique que la persona que tenía o creía tener indicios de que él no había sido santo del todo. Doña Luz durante los primeros días estuvo desolada. Acrecentaban su pena singulares cavilaciones.
Tenía tanto en que pensar el triste del cocinero mayor, que su cabeza estaba hecha una devanadera. Iba y venía con sus cavilaciones, y de todas ellas no sacaba más que una cosa en claro: lo referente á los amores de su mujer con el sargento mayor don Juan de Guzmán. Este pensamiento se formulaba en la frase que Francisco Montiño pronunciaba con los nervios crispados: ¡Como la otra!
Un desengaño, mi escasa fidelidad descubierta, de fijo la volvería a sus antiguas cavilaciones, a su desprecio del mundo, buscaría consuelo en la religión y ahí teníamos al señor Magistral otra vez.... ¡Antes que eso, cualquiera cosa!
Palabra del Dia
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