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Actualizado: 22 de mayo de 2025


Estando avecindado entre los hombres, Dios no tuvo necesidad de crear un infierno para este mundo. Un padre, halagado por ciertas esperanzas de lucro, habia vendido la honra de la menor de sus tres hijas. La pobre de su hija, muchacha como de catorce ó quince años, le reconvenia furiosamente en medio de la calle.

Las puertas del arco se abrieron completamente, así como las de la barrera situada frente a ellas. Apareció el extenso redondel, la verdadera plaza, el espacio circular de arena donde iba a realizarse la tragedia de la tarde para emoción y regocijo de catorce mil personas.

Pero aventurarse por aquel revuelto golfo en una simple chalupa era cosa de espantar al más valiente. ¿Resistiría aquel barquichuelo, que sólo tenía catorce pies de eslora y que apenas desplazaba ocho toneladas, los tremendos embates del mar y la furia de los vientos? ¿Verían el sol del día siguiente?

La buena señora se lamentó, pero no hizo nada, y Tellagorri se encargó de cuidar y alimentar a los huérfanos. La Ignacia entró en la posada de Arcale de niñera y hasta los catorce años trabajó allí. Martín frecuentó la escuela durante algunos meses, pero le tuvo que sacar Tellagorri antes del año porque se pegaba con todos los chicos y hasta quiso zurrar al pasante.

Concertose después con la batelera para su expedición nocturna y se despidió de ella recomendándole mucho sigilo. Cuando entró de nuevo en la habitación encontró en ella a Maximina, que estaba acabando de arreglarla, y a su primo Adolfo, un muchacho de trece a catorce años con grandes cachetes, el cabello corto y erizado y unos ojos cargados de carne, fieros y desvergonzados.

Ya se concibe, pues, que la instalación de una gran mesa de convite era un acontecimiento en aquella casa; así que se había creído capaz de contener catorce personas que éramos, una mesa donde apenas podrían comer ocho cómodamente.

No había muelle; del barco a una lancha, y de la lancha a una carreta hundida en el agua hasta el eje, que le arrastraba a uno a las costas de la orilla. Catorce reales me llevaron por desembarcar, y entré en Buenos Aires con peseta y media y un pantalón viejo que no lo hubiese querido un pobre... Luego pasaron muchos años sin que nos viésemos mi amigo y yo.

Corrieron en lo demás las cosas como en el otro Auto, siendo en éste solo catorce los relajados en persona y otros siete en estátua o en sus huesos.

Despues que apagamos el fuego, dije al amo que debia untar las quemaduras con manteca sin sal, y no bien hube acabado de pronunciar estas palabras, cuando una jóven de catorce ó diez y seis años echó á escape, y trajo un papel con bastante porcion de manteca. La juventud es tan ardiente como generosa.

La campana de la vecina iglesia de San José comenzó a tocar en aquel momento, como si quisiera contestarle que ir a misa, y Jacobo recordó entonces que hacía catorce años, desde el primero de su matrimonio, que no había oído ninguna.

Palabra del Dia

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