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Diógenes, que, a mitad del camino pareció hacer de repente al tío Frasquito gracia de la vida, arremetió briosamente contra la hueste femenina, diciendo que era maldición de gitanos: «¡en lengua de hembras te veas!»; que quien dijo mujer, dijo demonio, y que de tan mala ralea era la casta, que todos, todos los bichos, hasta las chinches, ¡polaina!, eran mujeres...

, eres la que va a subir al trono ahora, o no hay equidad en la tierra... Y no digan que eres casada y que tu hijo se tiene que llamar Rubín... ¡Qué comedia! eres mayormente viuda y libre, porque a tu marido cuéntale como que está en gloria... Y bien saben todos que a la vuelta lo venden tinto, y el chico en la cara trae la casta, y lo que es la pensión verás cómo te la dan».

La contesté: «¡Una que la odia a usted!» Y la odiaba porque desde el primer instante la había notado distinta de ; había visto que era de otra casta, de otra raza, de otra alma, porque todas sus ideas, todos sus sentimientos eran opuestos a los míos; porque me disputaba aquel hombre. Yo no quería, no, conseguir para el amor de Alejo Zakunine, sino devolver su esfuerzo a la obra común.

Si al tiempo y a la casualidad se deben, para contentamiento de mi orgullo, lo mismo valen e importan, ora hayan sido realidad, ora sueño. Tales son las consideraciones que me mueven a desechar primero el engreimiento personal y más tarde el engreimiento de nación y de casta.

Pronunciábanse diversas opiniones: los unos querían que los cabestros entrasen en la plaza y se llevasen al formidable animal, tanto para evitar nuevas desgracias, como a fin de que sirviese para propagar su valiente casta. A veces se toma esta medida; pero lo común es que los toros indultados no sobrevivan a la inflamación de sangre que adquirieron en el combate.

EL PAÍS DE LA CASTA

Eso, eso, tengamos carácter... ¡Pues no tiene pocas pretensiones! Ni usted con toda su casta vale mil cuartos, cuanto más mil duros... Vaya, ¿quiere dos mil reales? Izquierdo hizo un gesto de desprecio.

Nadie hablaba: no hacía el varón caso de la hembra, ni buscaba la muchacha el halago del mozo, ni el niño se detenía a jugar. Los fuertes parecían rendidos, los jóvenes avejentados, los viejos medio muertos. ¡Casta dos veces oprimida por la ignorancia propia y el egoísmo ajeno!

Pero su espíritu de mujer honrada y enferma sabía sobreponerse á esta impresión, y continuaba adelante con cierta altivez vanidosa, con un orgullo de hembra casta, consolándose al ver que ella, débil y agobiada por la miseria, aún era superior á otras.

Es el funcionario inamovible encargado de advertir á los gorriones que el trigo no se ha sembrado para ellos. ¡Ah! los gorriones, lo más canalla de la creación, la casta de pillos y rateros más desvergonzados que hay sobre la tierra.