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Actualizado: 25 de junio de 2025
Ya estaban los padres de Ángel enterados de casi todo lo que deseaban saber: por qué trasnochaba; por qué se vestía con tanto esmero; por qué andaba como desvaído a veces, y a veces hecho un cascabel, y hasta sabían por qué había llegado a casa la noche antes tan atolondrado y nervioso. Y no sólo lo sabían, sino que lo aprobaron y aun lo aplaudieron.
Y miraba su oficina, la ancha acera, con su incesante corriente de transeúntes y sus vendedores, de plantón, pregonando billetes del próximo sorteo, gomas para los paraguas, libros baratos y perrillos de cría con un cascabel al cuello. Se despidió Maltrana del señor Manolo, luego que éste le prometió interceder cerca del Mosco para que los perdonase.
Los zainos batieron con sus cascos como el redoble de una diana al romper la marcha, que se hizo en seguida uniforme y firme, cual si la regulase el repiquetear del cascabel colgante en la punta niquelada de la lanza; pero a poco andar la victoria se detuvo por orden de Melchor, que con un pie en el estribo y medio cuerpo afuera llamó a un vendedor de diarios que descendía de un tranvía: Dame Nación y Prensa...
Tiene asimesmo maheridas danzas, así de espadas como de cascabel menudo, que hay en su pueblo quien los repique y sacuda por estremo; de zapateadores no digo nada, que es un juicio los que tiene muñidos; pero ninguna de las cosas referidas ni otras muchas que he dejado de referir ha de hacer más memorables estas bodas, sino las que imagino que hará en ellas el despechado Basilio.
Los hombres de nuestro tiempo se parecen a esos niños que rompen sus juguetes para conocer el secreto de su construcción; roto el juguete, ¿qué queda de él?; un resorte de acero, un pedazo de vidrio, un cascabel; y, en cuanto al encanto, ha desaparecido. 21 de abril. ¡Renovarme! te decía el otro día; ¡ay! ¡si pudiese solamente distraerme... olvidar!
Flaco, desnudo, hambriento, acurrucado en la puerta de las cocinas, comiendo de la caridad de los que en otro tiempo habían sido sus oficiales, fué necesario que, informado el duque de Osuna de su miseria, le señalase una pensión decente, le diese aposento cómodo en uno de sus palacios de Madrid, y destinase una persona á su servicio que sólo tenía esta obligación, y la no muy pesada de cuidar de otro personaje de quien no hemos vuelto á ocuparnos desde el primer capítulo de este libro, de Cascabel, del pobre caballo viejo y cojo, sobre el cual había entrado el señor Juan Montiño en Madrid.
Así pasaron algunos años. El excocinero hablando siempre de Dorotea y viéndola siempre, pero sin nombrar jamás la palabra envenenamiento. Cascabel, rumiando su pienso cernido en un rincón de las caballerizas del duque de Osuna. Un día encontraron á Cascabel muerto.
Y el conde de Olivares y el duque de Uceda se alejaron hacia los Consejos, mientras el joven pasaba el arco en dirección al alcázar, murmurando: ¡El conde de Olivares y el duque de Uceda! Paréceme de buen agüero este encuentro... Ello dirá... Lo que únicamente me inquieta es el haber dejado á Cascabel entregado á aquel bergante... Pero mi tío arreglará esto y lo otro. Vamos en busca de mi tío.
Y mientras el gran vaho nocturnal se disipaba en aquella mañana de enero, pudo oírse, a lo largo de las calles, el repiqueteo del cascabel y el firme trotar de la soberbia yunta de zainos que arrastran la victoria de Lorenzo Fraga, en el inusitado madrugón de aquel día.
Mi buen tío Pedro, á pesar del deplorable estado en que se encontraba, me encomendó tanto que era necesario que recibierais cuanto antes esta carta, que ensillé á Cascabel, creyendo que podría tirar todavía de una jornada, y á duras penas he podido llegar al obscurecer. ¡El pobre jaco está tan viejo! ¿Y cuándo salísteis de Navalcarnero, sobrino? Antes del amanecer. ¡Diez horas para cinco leguas!
Palabra del Dia
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