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Hizo la crítica de los vestidos que llevaban varias niñas el día del premio del «Jockey Club». Parece que Clotilde se presentó con un sombrero un tanto estrambótico. Me preguntó si la había visto. Y como le dijera que no, exclamó al punto: «Era un sombrero ¡digno! de verse». ¿Y Carlitos Nuezvana, ¿estuvo muy espiritual? Ese me habló de modas masculinas.

¡Anda, bien empleado te está, por farol! le dijo por lo bajo Enrique. Déjele V., amigo Rivera, déjele V. esplayarse. ¿V. no sabe que la ciencia a veces produce indigestiones? manifestó el coronel. Carlitos cerró la boca muy mohíno. El templo de Santa Sofía en Constantinopla vea V., coronel dijo Romillo.

Watson preguntó á Robledo si les acompañaba á la Opera. No; voy haciéndome viejo, y me molesta ponerme de frac y guantes blancos para escuchar música. Prefiero quedarme en el hotel. Veré cómo acuestan á Carlitos... Le he prometido un cuento.

Después, tosió dos o tres veces, en testimonio de hallarse satisfecho. Apesar de la cautela y del espacio que Carlitos se tomó para armar la máquina, y a despecho de los graves y sensatos consejos que su padre le iba dando, y que él respetuosamente seguía, cuando de nuevo se hizo el café, salió tan malo como la vez anterior. Fue necesario apelar a la antigua maquinilla.

Coloquémoslas ordenadamente, a derecha e izquierda, según vayan saliendo, y no habrá más tarde dificultades. Carlitos comenzó a alargar las piezas a su padre, y éste a colocarlas en diversos parajes de la mesa, no sin vacilar antes algún tiempo y pensar bien el pro y el contra de cada sitio.

Mamá ve la felicidad en los campos y en las estancias y en las casas y en las vacas y en las ovejas; en todo esto ve la felicidad, menos en el propio Carlitos, es decir, en mi unión con Carlitos. Yo no digo nada por no irritarla; me limito a monosílabos...: ... no... qué yo... Mis hermanas me atosigan: «¿qué más quieresMis cuñadas creen que me ha tocado la lotería.

Pensaba legar una parte de su fortuna á ciertos sobrinos que tenía en España y á los que apenas había visto; pero lo más considerable de su riqueza sería para Carlitos.

Mi gato está más flaco de lo que V. piensa, Martinita. La torre inclinada de Pisa. ¡Vaya una cosa rara y sorprendente! exclamó el coronel. Yo no cómo ha podido construirse esa torre. Haciendo que la vertical que pasa por el centro de gravedad, caiga dentro de la base manifestó Carlitos, que había estudiado su poquito de física en la escuela.

Cuando oyó lo de «Los Chajales» con las quince mil vacas y lo de vivir con usted, la niña rompió a llorar de gratitud. ¡Es adorable la criatura! Pero su desconsuelo no tuvo límites cuando supo el estado adolorido, mustio y desfalleciente en que se halla Carlitos. Como no terminara su llanto, pedíla se sosegase y me expusiera su verdadera intención con claridad y sin temor.

Carlitos no consideraba los espacios celestes con el asombro del hombre ignorante ni respetaba debidamente las leyes inmutables que determinan las revoluciones de los astros; familiarizado con todos sus movimientos de rotación y traslación, formaba cuando se le antojaba nuevos sistemas planetarios, convirtiendo a un simple satélite, a la luna, verbi y gracia, en estrella fija y haciendo girar a su alrededor a todos los planetas, incluso la tierra: o bien imaginaba nuevos y caprichosos eclipses, poniendo en conjunción astros que jamás se vieran, ni fuera posible, en tal postura.