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Actualizado: 28 de noviembre de 2025
Parecía hombre harto de esperar a la Fortuna, que de pronto la ve, la asalta, la sorprende, la sujeta, y decide no soltarla en su vida. Cristeta nada hizo por despegar su cuerpo del cuerpo de su amante, sino murmurar con voz preñada de caricias: ¡Juan... Juan mío!
Sus rubicundos cabellos y sus patillas inglesas, incluso su bigote recortado como el de los banqueros de Lombard Street, debían el brillo de su lustro a las caricias de un pan de cosmético en constante ejercicio sobre la mesa de toilette. No hay duda, el doctor Montifiori vivía teñido desde los pies hasta la cabeza.
Ello es que estas caricias menudeaban tanto, que no hago memoria de si recibí alguna en aquella ocasión: lo que sí recuerdo es que mi señor, a pesar de haber redoblado sus amabilidades, no consiguió ablandar a su consorte. No he dicho nada de mi amita.
Amalia no le soltaba hasta que le veía ebrio, intoxicado por la violencia de sus caricias. Jacoba le esperaba en el corredor. Después de conducirle por éste y otros varios hasta la estancia donde se hallaba la escalerita excusada que iba a la biblioteca, le hizo seña de que aguardase y bajó sola para cerciorarse de que no había nadie en los pasillos.
Adriana se le aparecía con todos los esplendores que sus largos deseos le atribuían: a veces le miraba, de pronto, con inusitada expresión de cariño, lánguida, como en la realidad no le había mirado nunca, los ojos húmedos, el beso en los labios, tendidas hacia él sus manos llenas de vagas caricias.
La primavera se acercaba con sus tibias caricias, y en los balcones sonreían las muchachas, mirando de soslayo a los que se detenían para contemplarlas.
Me encerraron en este convento..., luego vinieron esas señoras a decirme que era su sobrina..., me besaron..., lloraron mucho las dos...; luego dijeron que me iban a casar, y cuando les contesté: «Pues ya que me han puesto aquí, aquí he de quedarme toda la vida», ambas se afligieron mucho... Me visitan con frecuencia, acompañadas de un señor de edad, que me hace mil caricias y asegura quererme mucho; pero nunca he cedido a sus ruegos para salir.
Recordó cuando estuvo enferma, hacía ya tiempo, y le permitieron verla en su lecho diminuto, donde reposaba pálida y ojerosa, pero más bella que nunca. Recordó también la vez primera que vino á visitar á su madre, quien la recibió en la escalera y la echó los brazos al cuello cubriéndola de caricias y llamándola hija.
Contemplaba á su acompañante, de abajo á arriba, con unos ojos empañados por el amor. Las caricias de ella eran ascendentes, subían con lentitud voluptuosa, como suben de las profundidades azules las flores y las estrellas marinas en busca de la luz.
Hícele mis acostumbradas caricias, por asegurarle de mi mansedumbre; écheme a sus pies, y él, con esta seguridad, prosiguió en sus pensamientos y tornó a rascarse la cabeza y a sus arrobos, y a volver a escribir lo que había pensado.
Palabra del Dia
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