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Actualizado: 28 de noviembre de 2025


Pero yo que, desembarazándose de las amargas preocupaciones de la vida, su existencia va á extinguirse por las caricias del agua pura y las ondulaciones de las estremecidas hierbas.

Pero llegaba la primavera y ella misma, ella le buscaba los besos en la boca; le remordía la conciencia de no quererle como marido, de no desear sus caricias; y además tenía miedo a los sentidos excitados en vano.

Pero Elena le repelió para que no pasase más adelante en sus caricias, y con una gravedad de mujer que sabe plantear los negocios, continuó hablando: Si llegase á decir «acepto», sería con la condición de que nos marchásemos hoy mismo. De no ser así, podría arrepentirme... Además, ¿por qué seguir más tiempo en este rincón odioso? Todos son enemigos míos.

No acertaba a explicarse aquella compasión que le transformaba tan singularmente la cara, ni aquella mansa ternura de toda su actitud, ni aquellas desconocidas caricias. Pensó, por un momento, que había salido del sueño terrible para entrar en otro, muy plácido, pero igualmente irreal.

Guardaba para ella las caricias más tiernas, los regalos, los epítetos más apasionados que emplean los amantes.

A veces, a despecho de tanto dolor, la naturaleza infantil revindicaba sus derechos. Veía al gato acercarse lentamente a ella con el rabo derecho, el espinazo arqueado, solicitando sus caricias con débil ronquido.

Había parecido todo el día más glacialmente desdeñoso, y aun en este momento, a solas con su joven y encantadora esposa, en los umbrales de la cámara nupcial, no tenía para su mujer otras caricias que una sonrisa burlona en sus labios y en sus ojos una perversa mirada. Querida mía le dijo de pronto , ¿sois del viejo régimen? ¿Viejo régimen?... perdón... no comprendo.

Capaz era de sorberle la vida y destrozarle la salud a fuerza de pedirle amor; pero también tenía en el alma un tesoro de cariño, donde, como en un Jordán, podían purificarse sus caricias y sus besos. De esta suerte, entre avivar recuerdos y esperanzas con espejismos del deseo, se le fue pasando el tiempo.

Siente el alma, dolorida por fiebre que la consume, sutil y vago perfume, que al descanso la convida; y al quedar adormecida por el agua saltadora, que susurra arrulladora, dejos de ardientes caricias, sueña con locas delicias de las que alegran la vida.

La presencia de su amante, sus cortas pero sabrosísimas caricias bastaban para enajenarla y hacerle olvidar aquellas y otras penas. Además, estaba orgullosa y solía jactarse con las comadres que iban por el día á hacerle tertulia del respeto que Velázquez la profesaba. Era muy conocida en el círculo de sus amigos la violencia de éste y las formas brutales que solía emplear con las mujeres.

Palabra del Dia

vengado

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