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Con frecuencia paseaba por el claustro esperando una ocasión para hablar con Leocadia, la hermosa hija del sacristán de la Virgen. De los padres no había nada que temer; pero el futuro guerrero tenía cierto respeto a la abuela Tomasa, que veía con malos ojos estas relaciones y amenazaba con hacérselas saber a su tío el cardenal. Gabriel había hablado varias veces con el cadete.

Y el viejo Luna, saltando de abuelo en abuelo a través de los siglos, recordaba al archiduque Alberto, que renunció la mitra toledana para ir a gobernar los Países Bajos, y al magnífico cardenal Tavera, protector de las artes; todos príncipes excelentes, que habían tratado con cariño a la familia, reconociendo su secular adhesión a la Santa Iglesia Primada.

¡Ingrato le dijo; sólo en este instante has tenido confianza en tu amiga! ¿Dudabas de su amor y has olvidado los días dichosos que pasamos juntos en las playas de Sorrento?... Juanita se detuvo al ver aproximarse a Fernando seguido del cardenal Bibbiena.

Apenas ve el Rey á Ana, reconoce en ella aquella misma visión que ha barrido sus creencias católicas. Arrebatado y confuso se aproxima á ella, enamorándole aún más sus palabras humildes é hipócritas. El astuto Cardenal observa á su señor y á Ana.

En los comienzos de 1704, D. Cristóbal fué preso por haberse probado que en uno de los frecuentes viajes que por entonces hizo, había traído varias cartas, documentos y alocuciones del famoso cardenal Cienfuegos, los cuales estaban dirigidos á excitar los ánimos de autoridades, comunidades y personas significadas, en contra de la nueva dinastía.

Yo amo la Naturaleza, Antonio dice Verdú : yo amo, sobre todas las cosas, el agua. El cardenal Belarmino dice que el agua es una de las escalas para subir al conocimiento de Dios.

Había conocido también al primer cardenal de Borbón, don Luis II, y contaba la vida novelesca de este infante. Hermano del rey Carlos III, la costumbre que dedicaba a la Iglesia a los ilustres segundones le había hecho cardenal a la edad de nueve años.

Entonces se esparcieron por España las cartas apócrifas de las que se ha hablado en el libro 1.º de la presente historia en contraposicion de las fingidas por el cardenal Siliceo. De modo que esto fué una guerra hecha con papeles.

Por último, en la tercera se leían estas palabras: «Ayudando y favoreciendo los pontífices Inocencio VIII, Alejandro VI, Pio III, Julio II, León X, Adriano VI, que, siendo cardenal de las Españas é inquisidor general, fué ensalzado á Sumo Pontificado, y Clemente VII, por mandado y á expensas del emperador nuestro señor, hizo poner estos letreros el Lic. de la Cueva, dictándoles D. Diego de Cortegana, arcediano de Sevilla.

Coronaba el estrado un magnífico cuadro de la Dolorosa, Nuestra Señora del Recuerdo, titular del colegio, y a su derecha presidía el acto el cardenal arzobispo de Toledo, bajo riquísimo dosel, y el rector y profesores del colegio sentados en tomo.