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Actualizado: 4 de junio de 2025
«Decididamente optaré por el canelo con combinación níquel, por el azul de ultramar y por el negro con combinación de brochado, oro y cardenal... En los sombreros no determino nada hasta no enterarme bien. ¡Ay Jesús!, lo primero que tengo que hacer es tomar un profesor de francés... Supongamos que cuando menos se piensa, mañana, o la semana que entra, o el mes que entra, gano el pleito; bien porque lo gano, bien porque la marquesa se cansa, reconoce su terquedad, y cede y me llama y me dice... Hace días que me estoy figurando esto y nada tendría de particular que lo que pienso resultase verdad.
Gozaba de mucha popularidad en la comarca, siendo conocido por su nombre lo mismo en la villa que en los caseríos del concejo. Entre los perros también era bien quisto. Todos confesaban que tenía una razón muy clara y le juzgaban incapaz de jugar una perrada á nadie. Si la raza canina convocase un parlamento, el Canelo sería indudablemente el candidato indicado para aquel distrito.
Confesaba, como no podía menos, que la comida era más abundante y escogida, pero en cambio se veía obligado á sufrir la soba continua de los niños que no le dejaban á sol ni á sombra. En todo el día no cesaban: Canelo para aquí, Canelo para allí; unas veces montándosele sobre el espinazo, otras tirándole de las orejas y otras del rabo. Era cosa para desesperarse.
Acompañábame Chisco, por donación muy recomendada de su amo, con la misma vestimenta y el propio calzado con que le había conocido yo en el paso de la cordillera, y nos acompañaba a los dos un perrazo sabueso; llamado Canelo, de una casta para mí singularísima por lo grande, que iba perpetuándose en casa de mi tío desde que su padre fue mozo y cazador.
El Canelo, con el rabo enroscado, marchaba delante, unas veces cerca, otras lejos, y parándose con frecuencia á ver si sus amos le seguían. Mientras no salvaron el puente caminaron en silencio. La condesa observaba con el rabillo del ojo y sonriendo picarescamente la actitud encogida y espantada de su acompañante. Al llegar á la carretera tuvo compasión de él y le dirigió la palabra.
Después se sacaron algunas provisiones de boca que llevaba Chisco por encargo mío en un morral; dimos a Canelo una buena parte de ellas, y el resto nos le fuimos comiendo, andando a buen andar, a fin de llegar a Tablanca al mediodía, conforme se lo tenía yo ofrecido a mi tío Celso.
Dos bultos aguardaban afuera. Levanté el farol para reconocerlos antes de dejarlos entrar, y conocí ¡Dios misericordioso! a Neluco y a Chisco... También Canelo estaba allí, acurrucado. Entraron, me abalancé a ellos y los abracé casi llorando de alegría. ¡Pero en qué estado se hallaban! Chisco, macilento, desalentado, con la cabeza vendada y un brazo en cabestrillo.
Mas todo lo sufría con paciencia por ser los verdugos hijos de tal madre. Porque es de saber que el Canelo había tomado grandísimo amor á la condesa desde el punto en que la vió, sin que para ello hubiese ningún motivo de interés, pues ya conocemos la generosidad y limpieza de su corazón.
Alguno de ellos llegó á ofrecer por él dos onzas de oro; pero estaba tan lejos Pedro de enajenarlo á ningún precio, como de tirarse á la mar. Porque aunque no le escaseaba los puntapiés, tal cariño le profesaba, que primero le faltara el pan á él que á su perro. Razón poderosa tenía, pues, el Canelo para adorar á su amo y no separarse de su lado ni de día ni de noche.
Pero yo, que estaba más cerca que él de la fiera y mereciendo los honores de su mirada rencorosa como si a mí solo quisiera pedir cuentas de los horrores cometidos allí con su familia, sin hacer caso de consejos ni de mandatos, apunté por encima de Canelo, que defendía valerosamente la entrada y a riesgo de matarle, disparé un cañón de mi escopeta.
Palabra del Dia
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