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Actualizado: 4 de junio de 2025
Alejose despacio, sin poder echar de su mente tan pronto como quisiera la imagen de la fantasma a quien había dado el brazo y que parecía el duendecillo propio de las heladas y claras noches de Enero en el clima de Madrid. Después de andar un poco maquinalmente y sin dirección fija, hallose bajo el farol que poco antes le señalara la mano del guante canelo.
Apenas habían dado algunos pasos, cuando sintieron por la parte de fuera un aliento jadeante, y vieron en lo alto de la estacada la cabeza de un perro, el cual cayó inmediatamente á sus pies y se puso á ladrarles, sin atender á las razones de don Primitivo, que le decía: Ven acá, Canelo... ¿No me conoces, Canelo?... ¿Dónde está tu amo, Canelo?...
Canelo iba delante de él, loco de inquietud, olfateando en el suelo y en el aire, batiéndose los ijares con el rabo y con medio palmo de lengua fuera de la boca cuando no latía. Chorcos no estaba menos sobreexcitado que el sabueso, y seguía a Chisco pisándole casi los tarugos traseros de sus abarcas.
Lo que hizo Chorcos enseguida con su irreflexión de siempre; llamar a Canelo y meterse con él en la cueva desalojada por la osa. ¡Puches! había que acabar igualmente con las crías... y saber lo que había sido de la perruca, que ni salía ni «agullaba...» Bueno estaba de entender el caso; pero había que verlo, ¡puches!
Peor resultado dió todavía el bastón de estoque que D. Juan Crisóstomo tuvo á bien comprar. El furor del Canelo, cuando se hizo cargo de que el licenciado había adquirido un nuevo bastón, no tuvo límites. Era una ofensa que sólo podía lavarse con sangre. Fué menester que Pedro le machacase á golpes y después le atase para conseguir apaciguarlo.
El Canelo no era uno de esos perros frívolos que se ponen en dos patas así que se lo ordenan con imperio, ni se entretenía en buscar un pañuelo cuando se lo ocultaban adrede, ni nunca se oyó que hubiese saltado por Francia, por Inglaterra ó por cualquier otro país extranjero.
Iba más triste que la medianoche. Este pobre Canelo que usted ve aquí era entonces un cachorrillo, y me siguió más de cuatro leguas, hasta que tuve que pegarle para que se volviese; pero después de pegarle, todavía me seguía de lejos. Entonces hice que lo atasen y lo llevasen á Vegalora. En mi casa no podían mantenerlo: se lo dejé á un amigo panadero que tengo en la villa.
Acaeció que una mañana de los últimos días del mes de Agosto salió la condesa con sus hijos á solazarse á la pomarada, donde las espesas copas de los árboles brindaban sombra fresca y deleitable. Reclinada debajo de uno, sobre un almohadón que le trajo Pedro, miraba con semblante risueño corretear á los niños y divertirse con el Canelo.
Las costumbres del Canelo no podían ser más sencillas y metódicas. En el invierno se tumbaba al sol, y en el verano á la sombra. La única variante que á veces introducía en este régimen saludable, era el tumbarse también al sol por el verano exponiéndose á tomar un tabardillo ó unas calenturas gástricas.
Chisco, sin decir una palabra, ató el Canelo con un cordel que llevaba liado a la cintura, y mandó a Chorcos que hiciera otro tanto con la perruca, antojándoseme a mí que había leído en la actitud sobresaltada de aquellos nobles animales, la confirmación de los supuestos de Pito, al cual advirtió, con la amenaza de amarrarle a él también si no tomaba en serio la advertencia, que no hiciera cosa alguna sin que se la mandaran hacer.
Palabra del Dia
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