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Actualizado: 4 de junio de 2025
Cerca, muy cerca ya del peñasco, el Canelo arrastraba materialmente a Chisco, que tiraba de él con todas sus fuerzas en sentido contrario, y ni amordazándole con una mano podía hacerle callar. La perruca faldera latía y vociferaba también, a su modo, y zarandeaba el cordel que la sujetaba a la manaza de Pito; pero temblaba mucho... aunque no tanto como yo.
Empezó á descargar una nube de preguntas sobre la cabeza del mayordomo. ¿Había estado en la romería el año anterior? ¿Había venido con alguna muchacha? ¿Qué casa era aquella que se veía del lado allá del río? ¿Habría salmones en el pozo que tenían á sus pies? ¿Cuántas veces se había bañado ya desde que empezó el verano? ¿Cuántos años tenía el Canelo? ¿Era buen cazador?
Don Sabas miró entonces a Neluco con ojos de alarma; Neluco al Cura; Chisco y Pito Salces a los dos; y todos se miraron unos a otros, y todos se detuvieron de repente como si obedecieran al impulso de un mismo resorte. Canelo y sus congéneres se detuvieron también y se arrimaron al grupo, mirando a todas las caras y exhalando entrecortados aullidos quejumbrosos.
Después de haber contemplado breves instantes á sus hijos, que ya no corrían, sino que formaban grupo silencioso, dentro del cual estaba el Canelo, hizo que Pedro le trajese la escopeta para tirar al blanco. Fijóse éste en el tronco de un manzano, y por algún tiempo estuvieron resonando tiros en la finca. Todos los presentes fueron invitados á tirar, exceptuando los niños.
Por el aire andaban aún los dos oseznos arrojados por Pito desde la embocadura de la covacha, cuando Canelo salió disparado como una flecha y latiendo hacia la entrada de la cueva grande. Yo, que estaba muy cerca de ella, miré a Chisco y leí en sus ojos algo como la confirmación de un recelo que él hubiera tenido.
La herida, que fue en el pecho, lejos de contenerle, le enfureció más; y dando un espantoso rugido, arrancó hacia mí atropellando a Canelo, que en vano había hecho presa en una de sus orejas. Faltándome terreno en que desenvolver el recurso de la escopeta, di dos saltos atrás empuñando el cuchillo; pero ciego ya de pavor y perdida completamente la serenidad.
Canelo desapareció pronto al otro lado de la peña, y Chisco, después de detenerse unos instantes a observar desde la esquina, hízonos señas de que podíamos seguirle, y desapareció también. Entonces al avanzar nosotros, fue cuando pude yo darme la respuesta a la pregunta que me había hecho poco antes: ¿dónde estaba la boca de la caverna? ¡Dios eterno, qué cúmulo de barbaridades las de aquel día!
Tornó á brotar la llama con más fuerza y esta vez se detuvo algún tiempo en el hocico del zorro, que lanzó un chillido áspero, ridículo. El Canelo comenzó á ladrar furiosamente y fué necesario que su amo le diese un par de puntapiés para hacerle callar. Los espectadores acogieron con algazara el chillido del animal. El conde no hizo más que sonreir.
Le tomó una mano, y al contacto del guante canelo, que por su delgadez apenas disimulaba la dureza de los dedos fosilizados, Salvador sintió que se le comunicaba un frío glacial, llegando hasta su corazón.
Tenía motivos para estar irritado por su torpeza, y no obstante, su fisonomía no daba señales de alteración, apareciendo fría y tranquila como siempre y plegada por la misma ambigua sonrisa, aunque un poco más definida. El Canelo, desde que oyera los primeros tiros, no paraba ni tenía sosiego, figurándose, sin duda, que aquello tocaba ya á su ministerio.
Palabra del Dia
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