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No existiendo aquellos, se puede venir á deducciones más ó menos acabadas, analizando la tradición y la leyenda, únicas claves para el estudio analítico de todo pueblo que lo cubren las sombras del ayer, cada vez más compactas al no legarle al hoy más que las supersticiones que han venido perpetuándose en la mente de padres á hijos, y que al llegar á nosotros remotamente nos aproximan á darnos una idea de lo que fueron las antiguas razas aborígenes de las actuales.

Es cierto que el estilo que hemos denominado bizantino y neo-griego, y que otros llaman románico y romano-bizantino, no empezó á prevalecer en la generalidad de los Estados europeos hasta el XI siglo, perpetuándose despues, en unos hasta fines del XII, en otros hasta el último tercio del siglo XIII, como sucedió en muchas provincias de España.

El color del gitano español, único tipo de esa raza que hasta ahora he visto, es semejante al de una pasta de café bruñida, por regla general, aunque algunos tienen una tinta mas oscura, Labios muy delgados, llenos de astucia y malicia, mirada rápida, movimientos fáciles, y en toda la persona un aire de tristeza profundamente concentrada; un no qué sombrío, algo que parece vacilar entre la indiferencia y el desden, el odio y el pesar: tales son sus rasgos. ¡Pobre raza, llena de cualidades enérgicas, que la Europa no ha pensado en educar y mejorar, sino en proscribir, condenándola á los vicios de la vida nómade! ¡Qué de misterios en esa extraña raza, perpetuándose sola al través de los siglos, como privada de la atmósfera común de la civilizacion, y sin patria ni hogar!

Esta doble imagen, que se separaba y se juntaba caprichosamente con las inverosimilitudes del ensueño, decía siempre lo mismo. Freya era doña Constanza perpetuándose á través de los siglos, tomando nuevas formas. Había nacido de la unión de un alemán y una italiana, igual que la otra... Pero la púdica emperatriz sonreía ahora de su desnudez; estaba satisfecha de ser simplemente Freya.

Acompañábame Chisco, por donación muy recomendada de su amo, con la misma vestimenta y el propio calzado con que le había conocido yo en el paso de la cordillera, y nos acompañaba a los dos un perrazo sabueso; llamado Canelo, de una casta para singularísima por lo grande, que iba perpetuándose en casa de mi tío desde que su padre fue mozo y cazador.