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Actualizado: 21 de julio de 2025


Muchos antropófagos yacían en tierra, muertos o gravemente heridos; pero los chinos tenían pocas esperanzas de escapar, y no pocos de ellos habían sido muertos. Dos veces había disparado Van-Horn las lantacas, aun a riesgo de herir o matar a algunos chinos, y dos veces también intentó Van-Stael abrirse paso por entre los caníbales para socorrer a aquellos desgraciados; pero todo fué inútil.

Pues yo no los veo. No importa; ellos nos han visto dijo el Capitán, que se había quedado pensativo. ¿Y temes que nos ataquen? Ahora, no; pero temo por los chinos. Como sepan que hay australianos caníbales en la playa, no querrán desembarcar. Capitán Van-Stael, ¿habéis oído? dijo el viejo marino que había entregado a un chino la caña del timón. , viejo mío; pero no renunciaré a la pesca.

Ni antes me lo daban tampoco; pero esa canalla puede jactarse de haber hecho una buena presa. ¡Pobres chinos!... A estas horas estarán comiéndose sus cuerpos los caníbales; pero la culpa no ha sido nuestra. Si no se hubieran emborrachado todos estarían a salvo a bordo del junco. ¿Y lograremos nosotros llegar a la costa de Timor? ¿Y por qué no, señor Cornelio?

Porque si nos atacan estoy decidido a hacerles frente. ¿Qué hacemos ahora, tío? Seguir adelante. Es preciso demostrarles a estos caníbales que no les tenemos miedo. Estoy dispuesto a seguirte. Te advierto que tal vez tengamos que disparar los fusiles. Ya sabes que soy buen tirador. Lo ; eres el más hábil de todos nosotros. ¡Vamos, querido sobrino!

Aquí, un brazo encogido sobre el mármol, sin más que los huesos y los tendones, tirantes y limpios como si fuesen a vibrar: un arpa para tañerla en una fiesta de caníbales. Más allá, piernas que mostraban el cruzado almohadillamiento de los músculos rojos; troncos abiertos al aire, con el rosa tierno de sus costillajes.

De pronto, cuando llevaban andadas cerca de dos millas, el viejo piloto tropezó en un cuerpo duro, que despidió un sonido metálico. El encontrón había sido tan brusco, que estuvo a punto de caerse; pero se repuso al momento, y exclamó: ¡No me había equivocado! ¿Qué has encontrado, viejo? le preguntó el Capitán. Ya os decía yo que no tardarían estos caníbales en desembarazarse de un peso inútil.

Si hubieran tenido buen tiempo, como en los días precedentes, habría sido mucho menor su inquietud, a pesar de hallarse en las cercanías de regiones peligrosísimas, tanto por los escollos y los bancos submarinos de que están sembrados sus mares, como por los pueblos salvajes y caníbales que moran en sus tierras.

Aunque aquel paso era áspero y difícil, lo atravesaron en pocos minutos y bajaron a la llanura. La obscuridad era tan completa, que no podían distinguir los grupos de caníbales, aunque oían muy bien su salvaje clamoreo, alejándose hacia el Este, en dirección de la colina y el bosque. No están a más de una milla de aquí dijo el Capitán, después de escuchar con atención un rato.

¡Huíd! gritaron Van-Stael, Van-Horn y los dos jóvenes, echando mano de las armas. Los chinos, al oír el clamoreo de los caníbales y al ver caer sobre ellos una lluvia de azagayas y bomerangs, comprendieron, al fin, el peligro que les amenazaba, y al punto se les disiparon los vapores de la borrachera. Por desgracia, era ya demasiado tarde para que pudieran embarcarse en las chalupas.

Palabra del Dia

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