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Actualizado: 17 de julio de 2025
Metieron al buen hombre en su aposento, y a mí con él; cenamos, y acostámonos todos los de la casa. Y a las dos de la mañana, levántase en camisa y empieza a andar a oscuras por el aposento, dando saltos y diciendo en lengua matemática mil disparates.
Vestía el madrugador un desteñido pantalón grancé, reliquia bélica, y estaba en mangas de camisa. Miró al poco cielo que blanqueaba por entre los tejados, y se volvió a su cocinilla, encendiendo un candil y colgándolo del estribadero de la chimenea.
Al entrar en el alojamiento del ingeniero encontró á éste paseando con impaciencia. Se había puesto ya las botas altas y el pantalón de montar. Un cinturón con revólver y su blusa estaban sobre una silla. Con las mangas de la camisa recogidas y la pechera abierta, mostraba aún las frescas señales de su ablución matinal. Su rostro era más duro y autoritario que otros días.
Pero su boca daba miedo de puro fea, y sus orejas, al modo de aventadores, antes parecían pegadas que nacidas. Vestía gallardamente una camisa de todos colores, por lo sucia, y pantalón hecho de remiendos, sostenido con un solo tirante.
Mal poeta era Cármenes, pero el rigodón lo conocía muy a fondo. Bien se lo envidiaba Ronzal. La de Páez y la del barón al pasar cerca una de otra se sonreían discretamente, como diciendo: ¡Vaya todo por Dios! o bien ¡qué par de cursis nos han tocado en suerte! Pero Ronzal, como si cantaran; pensaba en la pechera, en el cuello de la camisa, y en las colas de los vestidos.
Dicho lo cual, se desabrochó el cuerpo del vestido enseñando la chambra y el nacimiento del pecho, para que quien les sorprendiese supusiera que estaban entregados a impuras y culpables caricias. Don Quintín se desabrochó también el chaleco, mostrando la pechera de la camisa.
Los empleados del primer turno iban llegando con paso lento, como funcionarios que entran en su oficina. Las mujeres dedicadas á la limpieza y los mozos en mangas de camisa acababan de barrer el aserrín esparcido sobre el pavimento.
Las tiendas están abiertas hasta las tres de la tarde, y los rancheros, muy vestidos de limpio, luciendo la camisa planchada y azulosa, suben y bajan por las calles, llenan templos y tiendas, y a eso de las tres se vuelven a sus campos y a sus aldeas.
Peguéla una trisca que la dejé por muerta, y á los tres días me vende una sábana por media azumbre de caña; dóila ayer veintiún cuartos pa carne, y bébelos tamién.... Y á too esto, las criaturas esnudas, yo sin camisa, y sin atreverme, si á mano viene, á echar un vaso de vino un día de fiesta. ¿Por qué no la conjuras, tiña? Pué que sea mal-dao.
Eran de la señora de Goycochea y otras nobles matronas de una majestad paquidérmica. «¡Pobrecitos!» Creyó ver en ellos gañanes tendidos, con los remos abiertos, respirando jadeantes después de la dura labor; cargadores en mangas de camisa que se limpiaban, renegando, la humedad de la frente luego de haber llevado un piano a cuestas.
Palabra del Dia
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