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Actualizado: 22 de julio de 2025


Los freos eran hervideros de olas, los peñones se cubrían de espuma, los rudos hombres de mar retrocedían vencidos, los barcos se refugiaban en los puertos, el paso se cerraba para todos, las islas quedaban apartadas del resto del mundo... Pero esto nada significaba para la marinera invencible de cráneo pelado, para la caminante de piernas de hueso, que podía correr con gigantescos saltos por encima de montañas y mares.

Notó bien don Quijote la atención con que el caminante le miraba, y leyóle en la suspensión su deseo; y, como era tan cortés y tan amigo de dar gusto a todos, antes que le preguntase nada, le salió al camino, diciéndole: -Esta figura que vuesa merced en ha visto, por ser tan nueva y tan fuera de las que comúnmente se usan, no me maravillaría yo de que le hubiese maravillado; pero dejará vuesa merced de estarlo cuando le diga, como le digo, que soy caballero

Quitádose que hubo esta vestimenta, tuve que prestarle mi buen jubón y calzas de paño para que no le viese algún caminante en ropas menores y aun me pidió el grueso par de medias que yo llevaba para preservarse, dijo, del airecillo algo frío, mientras rezaba yo mis oraciones.

-Mejor fuera al revés -dijo el caminante-: el cetro en la cabeza y la corona en la mano. Y será, si a mano viene, que debe de estar dentro alguna compañía de representantes, de los cuales es tener a menudo esas coronas y cetros que decís, porque en una venta tan pequeña, y adonde se guarda tanto silencio como ésta, no creo yo que se alojan personas dignas de corona y cetro.

Ese destino te espera Arbol cuya vista asombra Que al caminante das sombra, Sin dar al rancho madera, Ni al fuego una astilla dar; Recorrerás el desierto Cual mensajero de vida, Y tu mision concluida Caerás cual cadáver yerto Bajo el pino secular. Cantando me han de enterrar Cantando me he de ir al cielo.

El mugir de aquel abismo llegaba a los oídos sobre todo el formidable estruendo que revolvía entonces la naturaleza, cual el rugido del león, venciendo poderosamente el aullido de las otras fieras, él sólo hiela y desmaya más al extraviado caminante.

Llegó en esto al mesón un caminante a caballo, con tres o cuatro criados, uno de los cuales dijo al que el señor dellos parecía: -Aquí puede vuestra merced, señor don Álvaro Tarfe, pasar hoy la siesta: la posada parece limpia y fresca.

Cualquier cosa que fuera lo que descubriésemos, sabía que tenía que ser alguna extraña revelación, porque, desde el primer momento que me encontré con el caminante y su hija, vi que estaban rodeados de un ambiente de notable romance y misterio, que, con la muerte de ese robusto hombre, poseedor del secreto, era ahora mayor aún, y mucho más inexplicable.

Sentíase el caminante movido á piedad del mezquino linage humano, en el qual tantas contradicciones descubria. Siendo vosotros, dixo á estos señores, del corto número de sabios que sin duda á nadie matan por dinero, os ruego que me digais quales son vuestras ocupaciones.

-Aunque el mío es de los Cachopines de Laredo -respondió el caminante-, no le osaré yo poner con el del Toboso de la Mancha, puesto que, para decir verdad, semejante apellido hasta ahora no ha llegado a mis oídos. ¡Como eso no habrá llegado! -replicó don Quijote.

Palabra del Dia

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